Sonia luna

Llena de agradecimiento

Antes de ser pastora y participar activamente en el ministerio de Casa de Dios, soy esposa, amiga, madre y abuela. Como muchas mujeres, desempeño varios papeles simultáneamente.  Sobre todo, soy una mujer profundamente agradecida por la invitación que recibí de Dios para trabajar en su obra.

Han pasado ya 38 años desde que el Señor puso en mí el anhelo de servirle y creer en el sueño que depositó en mi esposo: hacer discípulos a los guatemaltecos, que es la visión de Casa de Dios. Tal como Él nos indicó, su Presencia nos ha acompañado a lo largo de más de veinticinco años. En este tiempo he tenido la bendición de presenciar milagros, prodigios y señales. Tengo que confesar que nuestro anhelo fue cumplir ese mandato y lo que ha llegado después ha sido por añadidura y mucho trabajo.

En 2004 el Señor me movió a creer por un ejército de personas dispuestas a interceder. Así se fundó el Ministerio de intercesión que hoy alcanza casi 7 mil intercesores. Sigo orando y trabajando junto a un equipo de personas que el Señor ha añadido, para que nuestros dones se multipliquen y se pongan a la brecha por quienes lo necesitan.

En este período mis hijos crecieron, se casaron y ahora disfruto de mis nietos. Estoy viviendo una etapa llena de momentos especiales que me permiten dedicar más tiempo a atender más a las personas, orar por ellas y escuchar sus necesidades.

Una de las preguntas que más me hacen cuando voy a predicar a otras iglesias es: “¿Cómo es la familia Luna?” La respuesta es muy sencilla: somos una familia normal. Y aunque mi esposo ha ganado cierto nivel de reconocimiento por lo que hace, me ha enseñado a tener lista la maleta para el siguiente viaje.

Aunque no lo crean, soy una mujer normal, con muchos despistes igual que ustedes. Me cuesta encontrar las llaves del carro en mi cartera, hablo mucho, se me olvida ponerle volumen al celular y “a veces” no lo contesto. Me gusta contar chistes, comer chocolate y helado, hacer ejercicio y cocinar galletas y pastel de banano.

Me atrevo a decir que mi fortaleza —la que me ha hecho llegar hasta aquí— es la oración, que no es otra cosa más que hablar con Dios, platicar con Él, leer su Palabra, adorarlo y hacer tiempo para escucharlo. Ese es el “secreto” que, por sencillo que parezca, ha sido mi instrumento para guiar a mis hijos, para pararme en la plataforma al lado de mi esposo, dirigir el Ministerio de intercesión y caminar en cada proceso de mi vida.

Si algo puedo recomendarte es que aun en medio de tus compromisos hagas tiempo para ejercitarte en oración. Es mi mejor consejo, no importa si tu vida marcha bien o mal. En todo momento es necesario conectarnos con nuestro Padre Celestial.

¿Cómo empezar? Pues hablando con Él. Recuerda que una de sus características es la omnipresencia, la cual está en todos lados. Ahí donde estás está esperando oír tu voz, conocer tus sentimientos y lo que tienes atravesado en el corazón. Con el tiempo incorpora música de adoración a tu tiempo de conversación y poco a poco deja espacios en silencio para que Él hable audiblemente a través de otras personas, o bien, manifestándose en paz sobrenatural. No hay una fórmula, pero pronto descubrirás que Él está atento a tus palabras, lágrimas o sentimientos.

Es como hacer ejercicio: hay que hacerlo constante para que notes los resultados. Así que puedes empezar hoy mismo.

¡Bienvenida a este espacio!