El intercesor interno

El intercesor interno

Romanos 8:26-27 dice: Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.

Gracias a Dios por Su Espíritu Santo porque Él no deja de hacer Su función y de obrar en nuestra vida.

A veces se menciona al Espíritu Santo como una tercera persona, pero Él se ha manifestado en el mundo desde el inicio y eso es lo que debemos creer. El Espíritu Santo desea interceder por nosotros con gemidos indecibles, los cuales se definen como sonidos desde el interior que usualmente van acompañados de lágrimas y quebrantamientos.

Quienes intercedemos también tenemos intercesores puestos por Dios para nosotros. El Espíritu Santo es nuestro intercesor interno y quien nos auxilia en nuestra debilidad y en áreas donde no logramos dominio propio. Está presente en nuestra vida para ayudarnos, no para acusarnos. Como el único y gran intercesor en la Tierra no tiene un corazón humano en el que pueda demostrar su preocupación, tampoco un cuerpo físico para actuar. Nos busca y elige porque cuenta con nosotros para realizar Su obra intercesora.

El Espíritu Santo, además, es un intercesor en nuestro interior; se expresa en momentos de éxtasis en el diálogo con el Padre Celestial. Un amigo puede interceder externamente, pero solo el Espíritu Santo que habita en nuestro interior puede darnos la experiencia que va más allá de todo entendimiento.

Cuando un intercesor, a través de su entrega absoluta y sujeción al Espíritu Santo, ha logrado una posición privilegiada de Dios. Puede entrar delante de Su gracia y obtener Su favor. Cuando alcanza dicho nivel, el intercesor ora y Dios obra. Es por ello que la intercesión es tan poderosa. Efesios 2:7 dice: Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.

Él, por medio de Su gracia, nos ha dado el privilegio de que nosotros podamos recibirlo de Él y dárselo a los demás. Si amas a Dios permitirás que Su espíritu interceda por ti y a través de ti. Él pedirá cómo conviene, aunque no comprendas lo que pide, porque lo hace con gemidos indecibles. No saber pedir lo que nos conviene es una de las debilidades más grandes de los humanos. Entonces ¿quién nos ayuda a hacerlo con acierto delante del Padre? El Espíritu Santo.

1 Corintios 2:10-12 dice: Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido. ¿Qué nos ha concedido el Señor? Su Espíritu, el cual no es el del mundo.

Hay muchas cosas que no se entienden porque no hemos nacido de nuevo. La Biblia dice que el Evangelio es una locura y a veces muchas personas creen que hablar del Espíritu Santo es una locura porque no nos entienden, pero si nos conectamos con la fuente —que es Dios— entenderemos cómo obra Su Espíritu Santo.

El Espíritu Santo y Jesús son nuestros intercesores; ellos necesitan de nosotros para hacer Su obra, por eso nos busca y selecciona. Para ser intercesores debemos renunciar a todo apego al mundo y convertirnos en canales limpios para que seamos tomados como instrumento. Asimismo, el intercesor con disciplina en oración alcanza la gracia de la fe que lo acerca al Padre.

Este es un lugar privilegiado donde la gracia de Dios está disponible sin medida. El Espíritu Santo sabe lo que conviene pedir y te guiará porque conoce lo que el Padre quiere darte. Proverbios 3:4 dice: Y hallarás gracia y buena opinión ante los ojos de Dios y de los hombres. Para que seamos guiados por el espíritu de Dios debemos dejarlo intervenir en nuestra vida y nacer de Dios en Él.