¿Hay algo en tu vida sobre lo que no tienes control? ¿Enojo, miedo, dolor, malas actitudes, chisme, celos o envidia, por ejemplo? Es importante que detectemos aquello que nos controla para permitirle al Señor que intervenga y que sea Él quien controle nuestras vidas. La Palabra nos enseña que no tenemos que sobrepasar límites porque podemos ofender y hacer daño sin darnos cuenta.
Como seres humanos, todos queremos tener el control de nuestra vida, pero la realidad es que, como creyentes, debemos dejar que Dios intervenga para no perder el control en situaciones complicadas. A través de Su Palabra, nos pone límites al decirnos que todo nos es lícito, más no todo nos conviene, por lo que es importante que aprendamos a decirle sí a lo bueno y no a lo malo. Hay personas que se enfocan en superarse a sí mismas de forma profesional y otras que ponen toda su atención en verse mejor físicamente, pero llega a ser tan grande su afán que sobrepasan los límites y sus vidas pierden equilibrio.
Gálatas 5:22-25 dice: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. El apóstol Pablo nos invita a que permitamos que Dios tome el control de nuestras vidas porque solo así vendrán estos frutos.
El Espíritu de Dios nos anhela celosamente, desea tomar el control de nuestras vidas y quiere guiarnos por el buen camino. La Palabra nos enseña que no debemos ser esclavos de nadie ni de nada, y que tenemos que renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos para que vivamos bien. Él se dio a sí mismo para redimir nuestras iniquidades y purificar un pueblo que haga buenas obras.
Tenemos la autoridad para reprender todo aquello que no nos haga bien. Somos hijos de Dios, quien diariamente nos bendice, por lo que, ahora más que nunca, debemos gozarnos en lo que ha hecho en nuestras vidas y pelear contra los deseos de la carne, sujetándonos a Su Espíritu. Somos representantes de un Dios verdadero que nos ama y que tiene manifestaciones poderosísimas, por lo que es nuestro deber vencer el miedo y tener la fuerza y coraje para predicar Su palabra.
Tito 2:11-15 dice: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie”.
La gracia nos enseña la salvación en Cristo, a rechazar la impiedad, a renunciar a los deseos mundanos, a vivir de forma sobria, justa y piadosa, a tener dominio propio, y a caminar con expectativa de la gloriosa manifestación del Espíritu Santo. La gracia y Su amor incondicional están con nosotros en todo momento para enseñarnos lo bueno y lo malo.
Gálatas 5:16-18 dice: “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley”.
Debemos depender más del Espíritu Santo para que nos revele todo lo que no nos conviene. La carne no puede seguirnos dominando con los malos deseos y pasiones que solo distorsionan nuestra identidad y nos llevan al camino equivocado. Este es el momento ideal para que trabajes en tu forma de ser, con el propósito de que nada malo te controle.