1 Corintios 12:1-2 dice: “No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales. Sabéis que cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os llevaba, a los ídolos mudos”.
Hay muchísimas situaciones en la vida que nos pueden distraer de lo que Dios tiene para nosotros. Tenemos un Padre misericordioso que dio a Su hijo unigénito para que pudiéramos ser guiados y bendecidos, por lo que el apóstol Pablo nos enseña que no debemos ignorar los dones espirituales que Él nos da. Para descrubrirlo tenemos que buscar Su presencia, conocerlo en la intimidad, negarnos a nosotros mismos, ser humildes y reconocer que hay muchas cosas y habilidades que solo Él puede darnos.
Un don es una gracia o habilidad para hacer algo. También es la capacidad esencial y necesaria para contribuir al servicio y crecimiento de la iglesia. Los dones espirituales son un regalo inmerecido que Dios nos da, pues Él anhela con todo su corazón equiparnos con ellos para que edifiquemos el cuerpo de Cristo.
1 Corintios 4:1-2 dice: “Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel”.
Dios desea equiparnos para que seamos instrumentes de Su gran amor en la Tierra, de forma que podamos realizar acciones puntuales como orar e imponer manos en Su nombre por la sanidad de los enfermos. Tenemos que entender que somos Sus servidores y administradores, por lo que debemos ser fieles única y exclusivamente a Él
1 Corintios 12:4-7 dice: “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo. Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho”.
Dios es el principio y el fin, y es quien restaura todas las cosas. Él nos asegura que podemos ser luz en medio de las tinieblas, que Sus planes son de bien y no de mal, y que nuestras vidas deben ser como la luz de la aurora que va en aumento. Por ello, debemos ir delante de Él a agradecerlo por habernos escogido.
El Señor escoge a cada uno de Sus hijos para que ocupen un lugar correcto en el cuerpo de Cristo porque todos somos parte de él, por lo que debemos respetar al prójimo, ser buenos administradores de los misterios y acercarnos a todas las personas sin discriminación alguna. Él nos escogió porque quiere que seamos luz y que llevemos Su Palabra a todo lugar.
1 Pedro 4:11 dice: “Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén”.
Tenemos que creer que hay un Dios que quiere manifestarse, hacer libre al cautivo, restaurar matrimonios y vidas, y darnos el gran privilegio de ver cómo Su sangre poderosa derramada en la cruz del Calvario nos hace experimentar milagros. En lugar de ver lo que no tenemos, enfoquemos en todo lo que Él nos da, ya que absolutamente todo lo que nos otorga tiene un enorme propósito.
2 Timoteo 1:6-8 dice: “Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios”.
Él nos salvó y llamó a ser Su pueblo santo, no lo hizo por nuestras buenas acciones, sino porque Su amor es generoso. En este tiempo tenemos que avivar el don que Dios nos dio para que Su nombre sea glorificado por lo que ha hecho en nuestras vidas.