Juan 17:1-15 dice: “Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste. Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. Y ya no estoy en el mundo; mas estos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos. Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”.
Si en algún momento has estado con alguien que duda de que Jesucristo es el hijo de Dios, te invito a que estudies este capítulo de la Biblia. Hay muchas personas que todavía dudan si realmente fue el hijo de Dios, un profeta, un misionero o algún hombre escogido al azar. Esta porción de las Escrituras nos vuelve a confirmar que nuestro Dios es el verdadero y que Su amor es inmenso y real.
Como hijos de Dios, nunca tenemos que quedarnos con Su gloria, ni intentar ser los protagonistas; por el contrario, tenemos que tomar Su Palabra y creer que Él nos amó, porque es lo que tenemos que darle a conocer a los demás.
Yo veo el amor y la misericordia de Dios en Jesucristo porque Él no tenía la necesidad de dejar todo esto escrito en la Biblia, pero nos dejó demasiados detalles para que los tomemos de ejemplo y los pongamos en práctica. El Señor nos está inquietando para que seamos oradores e intercesores, quizá se está revelando a nuestras vidas a través de sueños o visiones, así que tenemos que estar atentos todo el tiempo.
Si alguien, por alguna razón, pierde el norte o se desubica del propósito de Dios en su vida, debemos ser intencionales en que nos encuentre a nosotros para que, como hijos de Dios, los volvamos a ubicar, con el objetivo de que cumplan con su propósito en la Tierra.
Tenemos que entender que, si nuestra arma es la Palabra del Señor y lo reconocemos como nuestro Dios, las personas posiblemente nos aborrecerán por el simple hecho de que pertenecemos a Su reino y porque ven en nosotros salvación y transformación.
Jesucristo, antes de morir en la cruz del Calvario, oró e intercedió por Sus discípulos, pero también les pidió que orarán e intercedieran por Él y por Sus creyentes. Esto nos demuestra el poder que tiene la oración y la intercesión de generación en generación.
Juan 17:20-24 dice: “Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo”.
Somos seres humanos y, en nuestra humanidad, Dios dice que hay una divinidad que ya prometió a nuestras vidas, por medio de Jesucristo, ya que Él nos amó desde antes de la fundación del universo y es esa la promesa que tenemos que guardar en nuestros corazones, aunque el mundo nos diga lo contrario.
El hijo de Dios, sabiendo todas las cosas reveladas por el Espíritu Santo y por el Padre, se tomó la molestia de dejar escrito este capítulo para decirnos cómo debemos orar y de qué forma tenemos que acercarnos al Padre Celestial. Este hermoso capítulo nos enseña que ponernos a la brecha, tomarnos un tiempo genuino a solas con Él para exponerle nuestras necesidades y creer que las va a responder, es la escuela que debemos seguir. ¡Que Dios te bendiga!