Marcos 4:1-9 dice: Otra vez comenzó Jesús a enseñar junto al mar, y se reunió alrededor de él mucha gente, tanto que entrando en una barca, se sentó en ella en el mar; y toda la gente estaba en tierra junto al mar. Y les enseñaba por parábolas muchas cosas, y les decía en su doctrina: Oíd: He aquí, el sembrador salió a sembrar; y al sembrar, aconteció que una parte cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y la comieron. Otra parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra. Pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron, y no dio fruto. Pero otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, pues brotó y creció, y produjo a treinta, a sesenta, y a ciento por uno. Entonces les dijo: El que tiene oídos para oír, oiga.
Esa parábola nos enseña que si no sembramos no vamos a cosechar y que la tierra es el corazón y la semilla es la Palabra del Señor. Vemos que hay un corazón duro, vacío y partido, pero nosotros debemos tener un corazón completo guiado por el Señor.
Nuestra palabra por sí sola tiene muchísimo poder, de forma que, si declaramos que algo tiene poder, en ese momento lo tendrá. Por ejemplo, Dios dice en el libro de Génesis que Él creó todas las cosas, pero primero lo dijo y después de decirlo lo vio. Tomemos Su ejemplo y aprendamos a confesar la Palabra del Señor, pero debemos aprender a hacerlo de forma correcta, ya que, si confesamos de forma negativa, puede venir muerte, pero si la confesamos positivamente puede venir vida.
La semilla se pone en la tierra para crecer. Nos tenemos que preocupar por todo, pero lo más importante es preocuparnos por nuestro corazón, pues solo de esa forma veremos fruto. Génesis 8:22 dice: Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche.
Asimismo, en esta época tenemos que servir al prójimo y a nuestro hogar. Si no oímos la Palabra del Señor y no nutrimos la tierra, no habrá profundidad. Proverbios 4:20 dice: Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis razones. El Señor nos dice que estemos atentos a Sus palabras porque hay otras cosas que pueden llamar nuestra atención y que nos pueden acabar internamente para no oír Su voz.
Por otro lado, la semilla que está sembrado en cada persona tiene poder, el cual es tan grande que no aceptará que nos metamos en lugares donde no tenemos que estar. Colosenses 3:16-17 dice: La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Un día, predicándole esto a unas amigas pastoras, una de ellas me dijo que recientemente había asistido a una conferencia de médicos y que le impresionó mucho esta Palabra porque un neurólogo les comentó, sin ser creyente, que debían trabajar para activar las neuronas confesando cosas buenas al inicio del día porque libera endorfinas que relajan, ya que cuando se empieza el día confesando palabras negativas el cuerpo libera cortisol –la hormona encargada de sacar a azúcar en el organismo que aumenta el nivel de azúcar y altera la presión arterial–.
Acude al Señor, quien quiere activar esa Palabra y liberar poder, victoria, salud y esperanza. Toma tiempo para meditar en la Biblia y cambiar la forma negativa de hablar por una positiva. Pídele que guarde tu corazón y que nada ni nadie venga a robar la bendición para tu vida.