El tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta completa alrededor del sol es de aproximadamente 365 días y seis horas, lo que equivale a un año. Es por ello que, cuando alguien cumple un año más de vida, solemos decir que está dando “una vuelta más al sol”. En dos días me toca a mí dar una vuelta más al sol y me siento sumamente agradecida con Dios por permitirme llegar a esta edad; y muy bendecida por todo lo que he vivido hasta este momento.
Hay personas a quienes les encanta celebrar a lo grande su cumpleaños, otras que prefieren conmemorarlo de forma más tranquila, con un almuerzo o cena al lado de sus seres queridos; y otras que lo ven como cualquier otro día. Cualquier de las tres opciones está bien, siempre y cuando entendamos que cada año de vida que el Señor nos regala es una nueva oportunidad de llenarnos de madurez, experiencias, aprendizajes y valor.
Todos los seres humanos fuimos creados a la perfecta imagen y semejanza de Dios, quien nos ama como nadie más lo hace. Por ello nacemos únicos e irrepetibles, con cualidades y personalidad única que nos permiten convertirnos en seres llenos de integridad, fuerza, decisión y con sentido de supervivencia para levantarnos ante las adversidades que se presenten a lo largo de la vida.
A pesar de que un año más es un año menos en la Tierra, pero no en la divinidad, yo me siento sumamente gustosa por hacerme mayor y tener la dicha de celebrar mi cumpleaños con las personas que más amo, puesto que cada día que pasa me siento mucho mejor conmigo misma y orgullosa de la mujer, hija, hermana, esposa, madre, abuela y amiga en la que me he convertido.
Para mí, cada 19 de mayo es un bello recordatorio de que sigo aquí y que mi propósito en la Tierra aún no termina, por lo que cada vuelta al sol me esfuerzo aún más en llevarle la Palabra de Dios a quienes aún no la conocen; interceder por la familia, la iglesia y las naciones; y vivir conforme a la voluntad de Dios. También es un tiempo de reflexión, agradecimiento, mejora y enfoque.
Siempre he dicho que la mejor edad es cuando dejamos de cumplir años y empezamos a cumplir sueños. Por supuesto que, en la edad en la que yo me encuentro, las arrugas, las canas y los eventuales achaques se vuelven inevitables; sin embargo, he aprendido a amarme y aceptarme en todas las etapas de mi vida, reconociendo mi identidad en Dios.
Nunca olvides que la vida es el regalo más bello que Dios nos ha dado y que debemos aprovechar cada día como si fuera el último; amar como si no hubiera mañana, demostrar nuestros buenos sentimientos en todo momento y desempeñar tareas con dedicación y esmero; para que, cuando carnalmente ya no estemos, nos recuerden por todo lo bueno que hicimos.
¡Muchas gracias por, desde ya, celebrar conmigo un año más de vida!