Independientemente de la edad que tengas o de la etapa de vida en la que te encuentres, es posible que ya hayas tomado conciencia de que eres alguien. Incluso podrías haber identificado lo que denomino el detonante infinito: el motor interno que te impulsa y te da energía, dirección y sentido. Sin embargo, a pesar de tener esa certeza, es posible que aún no logres ver con claridad quién eres en realidad. En otras palabras, puedes saber que eres alguien, pero sin comprender del todo quién eres.
Aunque parece una contradicción, realmente no lo es. Muchas veces sabemos, en lo profundo de nuestro ser, que tenemos un propósito, una esencia y un llamado, pero esa certeza interna puede coexistir con una visión distorsionada de nosotros mismos. ¿Por qué ocurre esto? Porque lo que nos rodea —personas, experiencias y distintas circunstancias— no solo influye en lo que somos, sino también en cómo nos vemos.
Lo cierto es que vivimos en una realidad que constantemente nos da forma y, al mismo tiempo, puede desdibujar la imagen que tenemos de nuestra identidad en Jesucristo. Sin embargo, a pesar de esto, hay una verdad más profunda que permanece: fuimos creados a la perfecta imagen y semejanza de un Dios que nos ama. Eso significa que somos cuerpo, alma y espíritu, una triada perfecta que refleja la esencia divina de nuestro Padre Celestial, quien nos dotó de dones y talentos únicos e inigualables.
Nuestra naturaleza, por lo tanto, es pura y perfecta, y está en constante movimiento. Esta dinámica interna se refleja también en la naturaleza misma. Por ejemplo, las plantas hibernan durante el invierno y florecen en primavera, de forma tal que su ciclo está lleno de pausas, transformaciones y esplendor. Nosotros, como seres humanos, funcionamos de la misma manera, ya que somos seres en evolución que cambian, crecen y se reinventan.
Aunque fuimos creados por un Dios perfecto y llevamos en nosotros una marca espiritual única, no vivimos aislados de lo que nos rodea. Al contrario, la naturaleza —obra de Sus manos— refleja Su carácter, orden y propósito en nuestras vidas. A través de los distintos ciclos que atravesamos, Él nos habla, nos recuerda quiénes somos y nos muestra, con pleno amor y delicadeza, cómo debemos vivir.
Si sientes que no te ves con claridad, no te desalientes, ya que Dios aún está obrando en ti. Así como la naturaleza sigue el ritmo que Él le dio —con tiempos de siembra, espera y cosecha—, tú también estás en un camino de transformación. Tu identidad está segura en Él, por lo que solo debes creer que en Él serás revelado tal como fuiste creado: con propósito y verdad.
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