Quizá el nombre de este texto te sorprenda, pero tengo un par de buenas razones para nombrarlo de esta manera y aquí te lo explico.
Sé que soy una mujer privilegiada. Cuando Dios me llamó para servirle me abrió puertas que jamás imaginé. Actualmente es muy natural escuchar a mujeres predicadoras y activas dentro de los ministerios cristianos, pero créeme: en la década de los ochenta esto era inusual. Se creía que ese lugar estaba destinado solo a los pastores y la función femenina se limitaba a las tareas de casa, cuidar a los niños, lucir faldas largas y cubrirse el cabello. Era impensable que nosotras también recibiéramos el llamado de Dios.
Lo diré por primera vez: en los inicios de mi vida en el Señor pasé por el ojo de la crítica, no solo por ser mujer, sino también por predicar y hasta por usar pantalones. Nunca le vi nada malo a usar este tipo de prenda, sobre todo porque son tan cómodos. Con toda la resistencia externa, mi esposo siempre me impulsó para compartir del Señor y su Palabra, y ha abierto espacios dentro de la congregación para que con los principios bíblicos la mujer se desarrolle.
Crecí en un hogar muy alegre. Soy la tercera hermana de cuatro: dos mujeres y dos hombres. En mi casa nunca hubo preferencias entre hombres y mujeres. Yo fui más apegada a mis hermanos y con ellos aprendí a hacer luchitas y juegos rudos. Mi madre es una mujer fuerte y valiente, tuvo que desempeñar varios roles, ya que durante algún tiempo mi padre estuvo ausente debido al alcohol. Ella nos impulsó a viajar, a estudiar y a comernos el mundo.
Durante mi adolescencia conocí Estados Unidos y tiempo después tuve la oportunidad de conocer Europa y Egipto. Descubrí riquezas culturales que me permitieron valorar las oportunidades que yo tenía.
Soy una mujer decidida y cuando conocí al Señor me puse a servirle de inmediato. De hecho, antes de ser novia de Cash ya participaba en actividades de voluntariado en la iglesia. Después, él me acompañaba a servir a niños en actividades que realizaba con el grupo de evangelismo. Digamos que yo lo inspiré un poco.
Cuando nos casamos y el Señor nos llamó a servirle, dejé mi trabajo para dedicarme a mi hogar. En ese periodo decidí formarme y aprender más de la Palabra, llegando a obtener el título formal de Reverenda. Fue una oportunidad que disfruté muchísimo de escudriñar más la Biblia.
Cuando nacieron nuestros hijos me dediqué tiempo completo a ellos. Sabía que mi rol en ese momento era formarlos, sin embargo, nunca dejé de servir al Señor. Seguí participando activamente dentro de la congregación y eso me permitió motivar a las esposas de nuestro equipo a tomar el micrófono, empezar a orar por las personas, predicar y ejercitar los dones que el Señor nos había dado. Como decía anteriormente, esto no era común en todas las iglesias, pero gracias a Dios el Señor nos respaldó y pudimos empezar a hacernos notar y abrir el camino a otras mujeres dentro de la congregación.
Puedo decir que ponerme los pantalones fue una batalla que tuve que enfrentar, pero entendí que aceptar un “llamado” requiere valentía, carácter y convicción. Ahora que la mujer tiene espacios ganados en varias áreas de la vida eclesiástica y política dentro de la sociedad sigue siendo un reto hablar de Dios sin que nos critiquen, por eso creo que “pastora con pantalones” es un nombre que describe los retos que seguimos teniendo como mujeres.
Estoy segura de que tú también has tenido retos que te han impulsado a ponerte los pantalones y seguir adelante. Quizás te has puesto los pantalones para creer por tu familia y por tus hijos, y Dios ha respaldado tu trabajo y oración.