Recientemente me invitaron a responder esta pregunta y no puedo menos que sentirme honrada de hablar un poco sobre una cualidad primordial de nuestra fe cristiana: la oración.
En 1 Tesalonicenses 5:17 Pablo alienta a orar sin cesar y en muchas de sus cartas cuenta que ha orado por diferentes personas que ha conocido a lo largo de sus viajes. Pero ¿a qué se refería el apóstol con esta exhortación? ¿Cómo es que debemos orar continuamente de día y de noche?
Hace un tiempo escuché a un conocido predicador decir esto: “Cada mañana, cuando me levanto, hago lo que mi carne odia: orar”. Esta cándida y honesta declaración me hizo pensar en cuán cierta es y cómo me identifico con ella. Tal como lo explica Gálatas 5:16-17, la carne no desea ni está inclinada a ninguna disciplina espiritual, sino todo lo contrario.
Y es que orar está relacionado con la idea de que en la vida hay “algo más” que no podemos ver con nuestros ojos carnales: llámese “místico”, “espiritual”, “dogmático” o simplemente algo estrechamente ligado al alma y al ser de cada persona. Y en mi caso ese “algo” —que para mí es alguien— es Dios, su Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo: esos tres seres que son uno solo.
La Biblia también enseña que no solo quienes creemos en Dios y en Jesucristo debemos orar. De hecho, en el Nuevo Testamento encontramos muchas lecturas sobre este tema (Mateo 26:41, Efesios 6:18, Filipenses 4:6-7, 1 Tesalonicenses 5:17, etcétera) y todas tienen una cosa en común: son mandamientos innegociables que nos dicen que debemos orar con perseverancia, sin importar nuestro estado de ánimo.
Debemos orar siempre —y no solo en tiempos de crisis— porque confiamos en que hay un Dios que nos ama y nos protege de todo mal, que nos resguarda y que nos bendice todos los días. Un Dios a quien debemos temor porque, sin importar cuán adversa y crítica sea una situación, Él es Todopoderoso y siempre está con nosotros. Más allá de eso, no hay mayor explicación lógica detrás de una definición que simplemente no es por lógica, sino por fe.
La oración nos permite demostrarle a nuestro Padre cuánto temor sentimos de Él y cuán presente está en nuestra vida. En Hebreos 5:7 está escrito que Jesús ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas a Aquél que lo podía librar de la muerte; y que, a causa de su temor, sus ruegos fueron escuchados. En mi caso, cuando siento ese temor de Dios puedo entender el valor y la seriedad de la vida; comprendo que Él está cerca escuchándome y que responderá a las necesidades de mi corazón.
Jesucristo me ha demostrado de muchísimas formas su infinito amor. Las personas que oramos y creemos en Dios sabemos que absolutamente nada es casualidad, son obra perfecta de nuestro Padre, quien nos ama y a quien yo le oro todos los días. En Él puedo sentirme confiada siempre.
De esta forma también te invito a orar como tú te sientas más cómodo de hacerlo. Vayas a la iglesia que vayas, te aseguro que orar te hará sentir bien. Tu comunicación con Dios es íntima y personal.
Dios te bendiga y te proteja siempre. Prometo incluirte en mis oraciones porque así me lo enseñó Jesucristo, la raíz de mi fe.