¿Alguna vez has comparado tu cabello, tus ojos, tu nariz, tu estatura o tu peso con el de alguien más? Como seres humanos muchas veces caemos en el tremendo error de compararnos con quienes nos rodean o con quienes admiramos por el simple hecho de que no estamos conformes con nosotras mismos y porque no nos valoramos tal cual somos.
Vivimos en un mundo globalizado en el que no todo lo que vemos a través de las pantallas es real; así que no te autoengañes, ya que millones de personas —en las redes sociales, por ejemplo— aparentan tener una vida perfecta al mostrar solo lo bueno que les sucede. Sin embargo, la realidad es que absolutamente a todos nos toca atravesar momentos de dificultad.
Compararte con alguien más puede acercarte a la envidia y a la ambición, pues comienzas a observar y desear lo que la otra persona tiene, en lugar de ser feliz con lo que ya posees y con quien ya eres. Para vivir en paz y con completo agradecimiento debemos enfocarnos únicamente en nuestro proceso, actuando con excelencia y dando lo mejor de nosotras mismas, para que en ningún momento necesitemos compararnos.
Es importante mencionar que la comparación ha vuelto a muchas personas adictas a la aprobación, lo que las lleva a vivir como los demás quieren y no como Dios desea que lo hagan. Si en algún momento de tu vida no has logrado conformarte con tu aspecto físico, personalidad o logros alcanzados, habla con Dios: fuiste creada a Su imagen y semejanza con un enorme propósito, no por casualidad.
Este es buen momento para que empieces a deleitarte en Él, pues solo así concederá los deseos de tu corazón, tal como nos lo enseña un precioso salmo. Permite que Él trabaje en ti, y escucha lo que piensa y dice de ti, porque eso es lo que verdaderamente vale. También cree y declara que eres única, especial, hermosa, inteligente y que vales mucho más que cualquier perla preciosa. Te aseguro que si comienzas a verte como Dios te ve, verás una gran diferencia en tu vida.
Te animo a que de ahora en adelante te compares solo contigo misma —con quien fuiste ayer y con quien eres hoy— en lugar de hacerlo con alguien más. De esta forma lograrás plantearte objetivos que te ayudarán a superarte y ser mejor cada día. Si quieres avanzar, desarrollarte y cumplir el propósito de Dios en tu vida, deja de mirar a los demás y, por el contrario, enfoca tu mirada hacia adelante.
Todos los días tenemos la oportunidad de ser nosotras mismas, así que no pierdas el tiempo y aprovéchala.