Dicen que la infancia es una de las etapas más maravillosas de la vida. Y sí que lo es, pues es un periodo en el que se vive al máximo y con gran ilusión el presente, sin pensar en el pasado o en el futuro. Los niños, desde siempre, han resaltado por su capacidad de imaginar y de soñar, y por la fe tan única que poseen que los hace pensar y creer solo cosas buenas.
Por lo anterior y por muchos motivos más es que Jesús, a través de las Escrituras, nos dice que para entrar en el reino de los cielos debemos volver a ser como niños. Aunque gracias a Dios yo disfruté muchísimo mi niñez, lamentablemente no todas las personas la gozan como todo niño debería; sin embargo, son los años más sanos en los que nuestras mayores preocupaciones son cosas que durante la edad adulta nos parecen insignificantes.
Recuerdo como si fuera ayer cuando mis hijos eran niños, pues aprendí muchísimo de sus ocurrencias y sinceridad. Ahora que ya son padres y madre de familia, mis nietecitos que siguen siendo niños continúan dándome lecciones de vida y enseñándome que sus sonrisas tan llenas de inocencia son el reflejo de la pureza de Dios.
Sin importar la edad que tengas, trata de vivir como si fueras un niño. Al final de cuentas todos llevamos a un niño dentro. Pensar como ellos nos permite disfrutar mucho más nuestro día a día, en lugar de obsesionarnos con el pasado o con el porvenir; y es de eso precisamente de lo que nos habla Jesús al pedirnos que seamos como niños.
Enfoquémonos en ser personas lo suficientemente atrevidas para vivir cada día como si fuera el último y para ver el mundo con ojos de asombro y humildad. Sin duda, para que la gracia de Dios aparezca en los momentos más decisivos de nuestra vida es fundamental que pensemos como niños, ya que de esa forma lograremos desaprender todos los instintos de supervivencia que el mundo nos ha enseñado para aferrarnos plenamente a Sus promesas.
En Guatemala celebramos el Día del niño el pasado 1 de octubre, por lo que aprovecho este espacio para invitarte a que, como ser humano que en algún momento fue niño, no pierdas la esencia tan especial que los identifica. Si eres abuela, madre, tía, hermana o amiga de un pequeño, en lugar de enojarte cuando hagan alguna travesura intrascendente, enfócate en lo que Dios trató de mostrarte a través de lo que hizo porque nunca se deja de aprender con ellos.
Que el afán del diario vivir no te haga olvidar que debes sonreír. Entrégale tus preocupaciones a Dios para que tu corazón sea libre como el de un niño. ¡Aprende, ríe y sé feliz!