Cuando me casé ya había superado desde hacía mucho mis complejos en relación con mi apariencia física. Ya estaba acostumbrada a una disciplina de practicar deportes y a una alimentación lo más sana posible. Sin embargo, los primeros traumas durante el matrimonio suelen llegar con las consecuencias físicas de los embarazos y los partos. En mi caso, tuve dos partos normales y una cesárea que me dejó una cicatriz muy profunda. Todo esto pudo haber afectado considerablemente mi psicología y la apariencia de mi cuerpo, pero me cuidé lo más que pude con terapia, ejercicio y buenos hábitos alimenticios.
El año en que cumplí 42 años recibí la noticia de que padecía miopía y astigmatismo, aun cuando hasta ese momento siempre me había caracterizado por tener una excelente salud oftalmológica. Esa fue la primera vez que caí en cuenta de que ya no era una jovencita y que pronto empezaría a tener otros achaques a causa de mi edad. Tiempo después tuve problemas de digestión y, más adelante, problemas de la piel: me volví alérgica a casi cualquier cosa.
Es hasta entonces, en esta época de achaques a la que llegamos todos después de los 40, cuando vemos la verdadera importancia de haber llevado una vida saludable, pero, sobre todo, la importancia de haber sido constantes en este estilo de vida. Debemos continuar trabajando en nosotras mismas y no caer en la negación de la necesidad de ser saludables, alimentarnos adecuadamente, dormir bien y hacer ejercicio.
Pero las consecuencias de sobrepasar las cuatro décadas de vida no solo son físicas y también hay que aprender a lidiar con el estrés. Desde una mala economía hasta la pérdida de un hijo, todas estas situaciones dan al matrimonio una carga de estrés que debemos aprender a controlar. No es fácil identificar aquello que nos provoca estrés, pero generalmente podemos atribuirlo a la falta de intimidad, la pérdida de empleo, las enfermedades, los problemas legales y hasta los cambios, tales como jubilarse o mudarse de casa o de ciudad.
En la actualidad no es nada raro ver a parejas de adolescentes estresadas, llegando incluso a caer en síntomas de depresión. Hoy más que nunca son comunes los casos de matrimonios jóvenes que no soportan la carga emocional de estar unidos a una persona y se divorcian tras un año o menos de estar casados.
Muchas veces, para combatir las crisis de las diferentes etapas de nuestro matrimonio, debemos aprender a vivir con ellas. No siempre tendremos la vida entera para reparar una crisis, por lo que aprender a enfrentarlas y saber cuándo es el momento para ceder debería ser una tarea principal para la pareja.
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