Desde que conocí al Señor y decidí entregarle mi vida por completo, siempre he disfrutado los momentos de alabanza y adoración en los grupos de amistad, discipulados, congresos y servicios. La adoración es un espacio de intimidad con Él, en el que experimentamos una cercanía especial y poderosa con Él. Además, es una forma de reconocer Su soberanía, ya que es un momento en el que entramos en intimidad con Él y nos rendimos por completo delante de Su presencia. También es la manera más pura de expresarle nuestro eterno amor, gratitud y devoción por sus bendiciones y promesas.
La Biblia nos enseña que, como creyentes, debemos adorar a Dios en espíritu y en verdad. Con el paso de los años, he aprendido que seguir este mandato es vital para crecer en fe y cumplir con nuestro propósito en la Tierra. Para ser verdaderos adoradores, es indispensable que lo conozcamos en Sus tres manifestaciones: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, y entender que Él es uno solo que se revela delante de todos los que le creemos de tres formas diferentes.
Dios Padre es el que nos reconforta y consuela en momentos de tribulación y dificultad, y siempre está junto a nosotros. Si proclamamos Su existencia y le pedimos que obre en nuestra vida, tomaremos nuestro lugar como Sus hijos predilectos. Incluso los no creyentes, al decir que no creen en Dios, reconocen Su existencia, ya que el simple hecho de nombrarlo es reconocerlo.
Asimismo, Dios Hijo se manifiesta en nuestras vidas cuando somos confrontados, creemos en Él y nos bautizamos en agua como cristianos, mientras que a Dios Espíritu Santo lo conocemos cuando somos llenos de Su gracia incomparable y permitimos que obre con toda Su grandeza. Por supuesto que no es fácil reconocerlo en Sus tres dimensiones, pero nuestra fe es lo que complementa lo que nuestro entendimiento no es capaz de captar.
Debemos tener en mente que cada una de las tres diferentes manifestaciones del Señor tiene su tiempo, por lo que necesitamos ejercer muchísimo la oración y entrega para descubrirlas y aprovecharlas al máximo. Debemos cuidarnos de no levantar doctrina falsa que hable solamente de una de las tres personas, pues no podemos hablar solo del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo. Es importante que reconozcamos y adoremos a los tres que son uno solo. Eso es precisamente ser verdaderos adoradores.
Dios quiere que seamos verdaderos adoradores y que conozcamos y abramos nuestro corazón a las tres dimensiones de Su perfecto amor. Recuerda que Él busca momentos para conocer y probar nuestra fe, pues desea saber qué hay en nuestros corazones. Tenemos que trabajar constantemente en tener un corazón dispuesto y en fortalecer nuestra fe para que dé frutos. Todo lo que recibes de parte del Señor, debes multiplicarlo y ponerlo al servicio de Su perfecta obra, así que sé intencional en ello. ¡Bendiciones!