Siempre he dicho que existe una gran diferencia entre la persona con quien se quiere vivir y con quien se puede vivir. Como seres humanos, cuando estamos conociendo a alguien para formalizar una relación, muchas veces tomamos decisiones apresuradas, sin tomar en consideración todos los aspectos internos y externos fundamentales para dar el importante paso de compartir nuestras vidas con alguien más. Querer vivir con alguien no significa que podamos hacerlo.
Mi noviazgo con mi esposo, aunque fue hermoso, no fue perfecto, como todos. Atravesamos una temporada difícil en la que surgieron dudas por parte de los dos, por lo que tomamos la decisión de separarnos por un tiempo, pero ambos seguimos asistiendo a la iglesia y al grupo de jóvenes al que íbamos, y saliendo con nuestro mismo grupo de amigos. Esas semanas en las que finalizamos nuestra relación, oré muchísimo para que encontrara una mujer que lo quisiera y le pedí al Señor que si él era el hombre con quien podía vivir, casarme y servir en la iglesia, que lo guardara para mí. Al poco tiempo, volvimos a ser novios.
En el caso de mi esposo, en determinado momento me contó que, dada su formación espiritual y sus ganas de evangelizar, él se preguntó muchas veces si lo que en realidad deseaba para su vida era casarse y formalizar una relación. Desde muy niño tuvo la ilusión de ser evangelista y pensó que tener una relación en ese momento estropearía sus planes. Sin embargo, antes de unirnos en matrimonio, tuvimos una profunda conversación en la que manifestamos nuestros sueños individuales, los cuales empataban, y muy felices nos comprometimos con más confianza.
Todo ese proceso me enseñó que el matrimonio no es una decisión que se debe tomar a la ligera, creyendo que la persona que elegimos es aquella con la que queremos vivir, sin meditar en que si podremos hacerlo. En mi caso, casarme no fue difícil porque éramos personas responsables y disciplinadas a pesar de nuestra juventud y creíamos en la recompensa del trabajo y el esfuerzo. Además, nuestras familias nos apoyaron en cada decisión que tomamos.
La Palabra del Señor nos enseña que debemos deleitarnos en Él para que conceda las peticiones de nuestro corazón. Es por ello que, algo tan importante como lo es el matrimonio, tenemos que llevarlo a Sus pies para que nos llene de Su gracia y favor, y nos guíe a tomar decisiones conforme a Su perfecta voluntad.
Si aún estás soltero, oro para que te deleites todos los días de tu vida en Su amor y para que te dé las respuestas que necesitas, ya que de esta manera Él caminará contigo y te llevará al lugar que ha guardado para ti. Si ya estás casado, seguramente compartes tu vida con alguien con quien quieres y puedes vivir, así que disfruta de ese gran regalo que Dios nos da. ¡Bendiciones!