Todos los seres humanos somos diferentes. Dios nos formó a Su perfecta imagen y semejanza con cualidades y defectos —tanto físicos como psicológicos y hasta emocionales— que nos convierten en alguien y definen quiénes somos. Cada persona posee miles de características que la hacen conocer su identidad, la cual es única y especial.
Mi hijo mayor, Cashito, es un hombre divertidísimo que disfruta la vida y es un poco distraído; mi segundo hijo, Juan Diego, es sumamente disciplinado y determinado; y mi tercera hija, Ana Gabriela, es una mujer formal, sabia y sutil. Los tres son diferentes, con sus propias virtudes y defectos, por lo que cada uno se desarrolló de forma distinta, sobre todo mi hija, ya que, al ser la única mujercita entre dos varoncitos, tuvo una estimulación temprana.
Mi mamá me enseñó que debemos procurar lugares seguros para que los hijos se desarrollen correctamente. Desde que nacieron mis hijos, cuando tenía que asistir a alguna reunión con ellos, me aseguraba de que se sintieran a gusto y tranquilos para que, tanto ellos como yo, apreciáramos paz. Trabajé muchísimo en sentirme segura yo misma para luego transmitirles esa seguridad a ellos en todos los aspectos: con su vestimenta, con sus alimentos, con sus círculos cercanos y con ellos mismos para que desarrollaran su propia identidad.
En mi caso, gracias al apoyo de mi esposo, quien ha desempañado un gran papel como padre y guía, tuve la bendición de criar y acompañar a mis hijos en su crecimiento. Cuando nacieron dejé de trabajar momentáneamente, a pesar de que a mí siempre me ha gustado hacerlo. En determinado momento, con mi esposo evaluamos nuestras finanzas y llegamos a la conclusión de que nos salía más costoso contratar a una niñera, por lo que tomamos la decisión más sensata. Por supuesto que no fue fácil, pero lo disfruté y lo agradezco mucho.
Todas las personas, aunque seamos de la misma sangre, somos diferentes. Mi esposo creció en un ambiente y bajo una educación distinta a la mía, por lo que no podía pretender que, al momento de casarnos, estaríamos de acuerdo en todo. El nacimiento de cada uno de mis hijos fue distinto: con Cashito inicié con dolores de parto a las 12:00 a. m. y nació a las 4:00 a. m.; con Juan Diego empecé a las 6:30 a. m. y nació una hora después; y con Ana Gabriela tuve varias complicaciones porque se le enrolló el cordón umbilical. Desde el momento que nacen los hijos, vemos gran parte de su identidad.
Una de las cosas más importantes para que los hijos desarrollen una identidad en Dios es brindarles amor incondicional, así como Él nos lo otorga siempre. Como padres y madres no podemos encerrar a nuestros hijos en una misma identidad y concepto, ni esperar que cada uno reaccione de la misma manera ante distintos acontecimientos, porque todos son diferentes. Ámalos sin condición y pídele a Dios que te guie en todo momento.