La Palabra nos enseña que la lengua tiene tanto poder que es capaz de guiarnos como el timón de una nave, un barco o un automóvil, de forma que a donde se dirige el timón lo hace todo el cuerpo. Es por ello que es muy importante que cuidemos la forma en la que hablamos.
Asimismo, debemos entender que ninguna fuente puede dar agua dulce y salada al mismo tiempo. ¿Qué quiero decir con esto? Que no podemos ser personas de doble ánimo que bendicen, pero que a la vez maldicen. Cuando estamos enojadas es normal que cambiemos nuestra forma de comunicarnos, pero el Señor nos dice que no puede salir de una misma boca algo malo y algo bueno.
Hace muchos años, cuando mi hija tenía dos años de edad, íbamos en el carro solas. Yo llevaba la ventana de mi lado un poquito abierta y cuando nos detuvimos en un semáforo un hombre metió la mano, agarró la cadena que tenía puesta e intentó arrancármela, pero al final no pudo robármela. Su cara se quedó grabada en mi memoria y al pasar de los años lo volví a ver en un centro comercial. No sabía qué estaba haciendo, pero en ese momento quise denunciarlo con la policía y rápidamente desapareció. Entendí que yo quería venganza, pero que en lugar de desearle el mal tenía que bendecirlo.
Debemos reconocer que de la abundancia del corazón habla la boca. La mayoría de las veces las malas palabras que salen de nuestra boca tienen una razón de ser: son una muestra de que el corazón está dañado. Todo lo malo que vamos acumulando en el corazón puede enfermarnos psicológica, mental y anímicamente.
La mayoría de las veces tenemos control de las palabras que llevamos dentro, pero de las que salen ya no porque ya están regadas por todos lados. Recuerdo el caso de una amiga que en una ocasión dijo, muy ilusionada, que se iba a morir hasta que nacieran sus nietos. Después de declararlo tantas veces, lastimosamente tuvo una crisis y falleció luego de que nacieron sus nietos. ¡Las palabras tienen poder!
La Biblia describe diez clases de lengua, nueve de ellas negativas y una positiva: lengua necia, burlona, maldiciente, murmuradora, chismosa, jactanciosa y acusadora, entre otras; pero la única que nos tiene que interesar es la que el Señor nos enseña. Tenemos que reconocer que nuestra boca tiene que ser cuidada, frenada y dirigida por el Él y Su Palabra.
Los pensamientos negativos son pasajeros, pero lo que expresamos puede llegar hasta lo más profundo de quienes nos rodean. Permite que Dios intervenga en tu vida para no ser igual que antes. Llénate de Sus promesas para que ante cualquier prueba o tribulación logres tener dominio sobre tu lengua.
Dicen que el que guarda su lengua, guarda su alma, así que de ahora en adelante esfuérzate en ser una fuente creíble de paz y bendición, y con palabra de poder.