Muchas de nosotros, por nuestra naturaleza humana, cuando conocemos a alguien solemos fijarnos primero en lo malo que tiene —como cuestiones en la apariencia física— o juzgamos la situación que vive, en lugar de comportarnos como Dios lo hace: Él no ve nuestro estado ni le pone importancia a lo externo.
En contraposición a la sociedad en la que vivimos —que suele ser discriminadora con quienes no piensan o creen en lo mismo que ellos y que pone infinidad de “peros”—, Dios acepta sin condiciones a todo aquel que viene a Él, pues es tan bueno que no excluye personas. Recordemos que Jesús se juntaba con todos aquellos a quienes la sociedad rechazaba y era Él quien transformaba sus corazones.
Podemos hablar de una condición cuando nos referimos a una situación o circunstancia indispensable para que otra exista. Dios nos invita a tener una mentalidad sin condiciones; es decir, sin limitaciones en Él. Ninguna situación o circunstancia del presente o del pasado debe limitarnos ni condicionarnos para que vivamos nuestra fe en Él y la libertad, el amor y el perdón que esa fe nos da.
Como creyentes debemos reconocer en todo momento que la verdadera esencia de Dios es el amor. Él no puso condiciones cuando envió a Su Hijo a morir por nosotros. Su amor es tan grande que puede cubrir todas nuestras faltas y es el único que nos lleva a vivir un sentimiento igual de incondicional hacia las personas que nos rodean. Su amor, además, se mantiene firme en toda circunstancia y da todo lo sin esperar nada a cambio.
Dios anhela con todo Su corazón que amemos sin condición, tal como Él lo hace. Amar incluso a quienes no nos caen bien y a quienes nos desean el mal. Es difícil, pero para lograrlo debemos morir al “yo”, ya que solo así recibimos ese amor incondicional que Él nos da para luego ser una fuerte de amor para el mundo.
Quizá en este momento estés pensando que no eres merecedor de un amor tan grande y que por eso tampoco eres capaz de amar sin condición, sin embargo, quiero decirte que no importa cuántos errores hayamos cometido en el pasado: Dios no condiciona nuestras circunstancias ni se enfoca en lo temporal, pues al ser Él Creador del Universo entiende que a veces nos gobierna nuestra naturaleza pecaminosa.
En este mes en el que celebramos la amistad y el amor, te animo a ser intencional en vivir con la completa convicción de que Dios nos ama tal como somos y que tiene misericordia de nosotros en todo momento. Él conoce las obras de nuestra carne y aun así nos perdona siempre que se lo pedimos de corazón.
De esa misma manera es como debemos amar a quienes nos rodean. El amor jamás debería condicionarse por las equivocaciones, puesto que todas las personas somos perfectamente imperfectas. Asimismo, el amor no depende de lo que hemos hecho o dejado de hacer, más bien, nos acerca a la libertad de caminar sin ataduras de culpa y vergüenza.