Cuando los niños piden algo y se les da, y quien se lo dio no recibió alguna respuesta, se les suele preguntar cuál es la palabra mágica para que de ellos salga un “gracias”. La Real Academia Española (RAE) define la gratitud como el “sentimiento que obliga a una persona a estimar el beneficio o favor que otra le ha hecho o ha querido hacer, y a corresponderle de alguna manera”. Si hoy te levantaste en una cama, bajo un techo, con cobija, con ropa limpia para ponerte y con alimento, ¿cómo no estar agradecido?
A veces nos enfocamos en lo poquito que nos falta y dejamos de ver lo muchísimo que nos sobra, y no somos agradecidos con lo que tenemos. Asimismo, sucede que a veces dejamos pasar algún favor que alguien nos hace y olvidamos dar las gracias. A dondequiera que vayamos, un simple y sencillo, pero muy honesto “gracias” cae bien tanto para quien lo escucha como para quien lo dice.
No dejemos de usar la palabra gracias en todo momento y lugar porque ser agradecidos es una virtud que vale la pena mantener. Si dejamos de agradecer todos los días podríamos olvidar que fue Dios quien nos bendijo. La Biblia reúne muchísimas historias que exponen esta situación. Por ejemplo, tras la muerte de Gedeón, los israelitas no solo se olvidaron de Jehová, sino también del hombre que los libró de sus enemigos. En la práctica, estar agradecidos con Dios no solo nos mantiene a salvo del olvido, sino también es el cierre perfecto de cualquier oración eficaz. ¡Hay muchas razones por las cuales deberíamos estar agradecidos!
Vale la pena resaltar que el agradecimiento se debe notar no solo en nuestras palabras, sino también en nuestro gozo. Dios nos ha bendecido de tal manera que lo menos que podemos hacer es manifestarle nuestro agradecimiento día y noche. En una ocasión Jesús sanó a diez hombres de lepra, una de las peores enfermedades de la antigüedad; y, sin embargo, solo uno de ellos regresó a agradecerle, por lo que Él premió su agradecimiento con la salvación.
Esta historia nos demuestra que todo agradecimiento trae bendición. De hecho, la ley de siembra y cosecha también aplica en la forma en que damos y recibimos agradecimiento. Tengo muchísimo que agradecer a diario, pero principalmente por las personas que sacan de mí lo mejor y me ayudan cuando más los necesito: mi esposo, mis hijos, mis nietos, mis amigos y mis hermanos en Cristo. Además, porque desde que tengo memoria, a pesar de haber pasado momentos de escasez en otros sentidos, nunca faltó pan en mi mesa. Definitivamente Dios ha sido bueno.
De ahora en adelante, te invito a estar siempre agradecida por cada persona que Dios usa para bendecir tu vida o la de alguien más. Dale gracias a Dios por todas las bendiciones que te da y te aseguro que ese agradecimiento traerá mucha más bendición.