Dios también habla a través del silencio

Dios también habla a través del silencio

Hace algún tiempo una joven me dijo entre lágrimas: “Pastora, oro todos los días, pero siento que Dios no me escucha”. Sus palabras reflejaban algo que todos hemos sentido alguna vez: la sensación de hablar al cielo y no recibir respuesta. Ese silencio que pesa, que confunde y que a veces se siente como distancia.

Yo también he pasado por etapas así en las que parecía que Dios había guardado silencio. En esos momentos uno se pregunta si hizo algo mal, si perdió el rumbo o si su fe no es suficiente. Pero con el tiempo aprendí que el silencio de Dios no significa Su ausencia y, de hecho, muchas veces ese silencio es la voz más profunda de Su amor.

En mi libro Mírate bonita, mírate feliz escribí sobre cómo las pruebas y los tiempos inciertos pueden transformarse en momentos de encuentro con Dios. Es en el silencio donde Él moldea nuestro carácter, fortalece nuestra fe y nos enseña a confiar sin depender de lo que sentimos. Cuando Dios calla, no lo hace para castigarnos, sino para enseñarnos a escuchar con el corazón.

Piensa en Abraham, que esperó durante años por la promesa de un hijo sin escuchar una palabra; en José, que pasó años en prisión sin comprender por qué; o en Jesús, que en Getsemaní oró con lágrimas y tampoco escuchó respuesta inmediata: en cada uno de esos silencios, Dios estaba trabajando en algo eterno.

A veces pedimos respuestas rápidas, pero con su silencio Dios también está construyendo madurez en nosotros. Queremos que hable ya, pero Él primero espera que nuestro corazón esté listo para entender. Su silencio no es rechazo, sino preparación. Nos enseña a descansar más en Su presencia que en Sus palabras, a confiar más en Su fidelidad que en nuestra ansiedad.

Recuerdo una etapa personal en que oraba por algo muy específico. Pasaban los meses y parecía que nada cambiaba. Pero cuando finalmente llegó la respuesta comprendí que si Dios me la hubiera dado antes no habría estado lista para recibirla. Su silencio me había fortalecido. A veces Él no responde de inmediato porque quiere darnos más de lo que pedimos.

El silencio de Dios es como la noche antes del amanecer: oscuro, pero lleno de promesas. Es el terreno donde germina la fe, esa fe que no depende de la vista sino de la confianza en Su amor. Y cuando llega el momento, Su voz rompe el silencio con una claridad que solo se entiende después de haber esperado.

“En el día que temo, yo en ti confío”, dice Salmos 56:3. Y mi invitación para ti hoy es precisamente que no dejes de confiar en Dios. Si estás viviendo un tiempo de silencio, no te desesperes porque no estás solo. Él no se ha ido y está más cerca de lo que imaginas, observando tu fidelidad en lo oculto y preparando una respuesta que en Su tiempo será perfecta.

Aprende a descansar el silencio de Dios porque incluso ahí se sigue fortaleciendo tu espíritu, tu carácter y tu fe; y cuando vuelvas a escuchar Su voz te darás cuenta de que no habías estado esperando en vano, sino que solo habías estado creciendo.