Corazón de niño

Corazón de niño

En Guatemala, cada 1 de octubre celebramos el Día del niño, celebración impulsada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con el propósito de visibilizar los derechos de la niñez alrededor del mundo. Es una fecha especial en la que, tanto en los centros de estudio como en los hogares, solemos celebrar a los pequeños con regalos, piñatas y comida. Esto siempre me recuerda una verdad espiritual profunda: para entrar en el reino de los cielos debemos volvernos como niños.

Siempre he dicho que la infancia es una de las etapas más maravillosas de la vida, ya que es marcada por la inocencia, la confianza y la capacidad de asombro que tenemos a esa edad, por lo que vivimos al máximo y con tremenda ilusión el presente, sin entristecernos por lo que ya pasó y sin afanarnos por lo que vendrá. Es una temporada en la que se resalta más que nunca la pureza que todo ser humano tiene dentro, pues de niños no guardamos resentimientos por mucho tiempo, creemos todo lo que nos prometen, somos más soñadores y nuestra fe suele ser inmensa.

La fe de un niño, que se caracteriza por ser sencilla y pura, es la que el Señor desea que mantengamos a lo largo de nuestra vida, ya que, según Su Palabra, es la que nos abre el camino a la vida eterna. Tengo recuerdos muy bellos de mi niñez porque crecí con hermanos que hicieron todo más divertido; sin embargo, sé que, lamentablemente, no todos tienen la bendición de gozar al máximo esa etapa de la vida. A pesar de ello, como hijos de Dios debemos reconocer que en Él siempre tendremos una nueva oportunidad para sonreír y vivir con un corazón renovado que conserve nobleza.

Sin importar la edad que tengas, procura vivir cada día con la esencia que identifica a un niño. Pensar como ellos nos permite disfrutar más el presente, sin cargar con el peso del pasado ni con la ansiedad del futuro. Es esa mirada sencilla y confiada la que el Señor nos invita a recuperar cuando nos pide que seamos como niños. Solo con un corazón así podemos atrevernos a vivir con humildad y asombro, y abrir espacio para que Su gracia y misericordia se manifiesten en los momentos más decisivos de nuestra vida, aferrándonos plenamente a Sus promesas.

Este es un buen momento para que le pidas al Señor que te devuelva la capacidad de soñar en grande, creer en lo imposible y vivir con gozo a pesar de las pruebas que se presenten, tal como lo hace un niño. Si tienes hijos, nietos, sobrinos o vecinos pequeños, aprovecha cada instante que compartas con ellos para contagiarte de su esencia única y para aprenderles lo más que puedas, ya que son un reflejo de Su inmenso amor. En oración, entrégale al Señor todas tus preocupaciones, tristezas y molestias para que tu corazón sea libre como el de un niño. ¡Bendiciones!