Cada vez escuchamos con más frecuencia los suicidios en menores de edad a causa del bullying. Si no es porque lo veo en las noticias, no creería hasta dónde hemos llegado como sociedad para que seres tan indefensos que no han vivido casi nada tomen decisiones tan radicales para ya no seguir sufriendo por las bromas pesadas, los malos tratos, el acoso de compañeros e incluso de familiares.
Quedé verdaderamente impactada con la historia de un pequeño de 12 años en Estados Unidos que decidió terminar con su vida de forma abrupta a causa del bullying que llevaba tiempo aguantando en su escuela. La noticia resonó tan fuerte no solo en el país norteamericano, sino a nivel mundial porque esas cosas no deberían suceder. Esto debe ser una fuerte alerta para todas las sociedades porque en cualquier país podría ocurrir.
Lo que ahora llamamos bullying no tenía un nombre cuando yo era niña, pero ha existido desde siempre. Cuando era pequeña me llevaba bien con todos mis hermanos. Solíamos hacernos bromas y nos reímos muchísimo, pero la forma de hacerlo de cada uno era diferente y me afectó particularmente la de mi hermana mayor, pues cuando se enojaba conmigo me decía que yo era “la recogida” de mis padres.
Ese tipo de acoso no se limitaba a mi hogar y era peor en el colegio. En varias ocasiones he contado que de joven yo era gordita y, por si fuera poco, padecí de las amígdalas y tomé antibióticos que afectaron el esmalte de mis dientes y los oscurecieron. Fue así como a pesar del amor que recibí, experimenté problemas relacionados con mi identidad cuando mis compañeros del colegio me ponían apodos burlándose de mi físico. Esa fue la primera vez que supe lo que es sentirse mal con uno mismo a causa de nuestra apariencia.
A pesar del maltrato que sufrí, recuerdo que siempre traté de desenvolverme lo mejor que pude en el colegio. Aunque me sentía mal por la forma en la que la gente me miraba, trataba de guardarme esa tristeza y no demostrarla (muchos años después me di cuenta de que esto provocaría un desgaste emocional que repercutiría en mi salud). Nunca fui rencorosa y, más bien, fui bastante amiguera.
Si tienes hijos o hermanos menores, es importante que te mantengas al pendiente de ellos. Pregúntales cómo les va en el colegio y tómate el tiempo de conocer a sus amistades y sus núcleos familiares. Asiste a las actividades escolares, recoge tú misma las calificaciones y, si practican algún deporte o toman algún curso extracurricular, involúcrate, ya que este tipo de acciones ayudarán a que esos seres amados se sientan emocionalmente estables, aunque hayan sufrido maltrato psicológico.
Asimismo, es importante educarlos y enseñarles valores, disciplina, modales y a seguir reglas, puesto que, así como pueden llegar a sufrir bullying, también pueden convertirse en personas que lo provocan. ¡El mundo necesita gente empática!