¡Todas las personas somos obras del Señor! Dios desea que cuidemos e influyamos positivamente a quienes nos rodean, es por ello que nos ha delegado liderazgo; a algunas nos lo dio en la iglesia y a otras en diferentes áreas de la vida.
De joven, como muchas otras, solía pensar sobre todo en mí misma: me gustaban los deportes extremos, quería recibir clases de karate, era independiente, deseaba viajar y tener lo que quisiera sin adquirir mayores compromisos, por lo que los temas relacionados a la mujer virtuosa y la forma en la que debe conducirse por la vida me pareció un poco cursi y no me sentí identificada. Yo esperaba aprender y hacer mucho más que lavar los platos, planchar, vestirme bien y comer con propiedad.
Debo admitir que en un momento de mi vida le dije al Señor que no quería predicar ni hablar sobre este tema, hasta que entendí que debía hacerlo por agradecimiento y porque el mundo y el enemigo constantemente tratan de destruir una de las cosas más valiosas que tenemos como seres humanos: nuestro origen. Somos una creación preciosa de Dios, ya que sin importar que seamos altas, bajas, con o sin curvas, fuimos diseñadas a Su perfecta imagen y semejanza.
Para que las personas disfruten y valoren lo que somos externa e internamente, debemos aferrarnos y creerle a Dios, quien nos complementa. La Palabra nos pide ser afables y apacibles, es por ello que debemos dejar que Él nos transforme conforme a Su voluntad. Ser mujeres completas que enseñan a conducirse apropiadamente es el regalo que tenemos para las generaciones futuras y la herencia para nuestros hijos y nietos.
Trabajar en nuestra conducta es imprescindible, no solo para tener una buena relación con nuestra familia, sino para que sean salvos quienes necesitan de Jesucristo, de forma que los que aún no han podido ver la luz, la vean reflejada en nosotras. Con nuestra conducta podemos ganar al que está perdido. Nuestro testimonio es muy valioso, más cuando se apoya en un simple gesto y una sonrisa.
En ocasiones somos un poco confiadas con nuestras relaciones, pues no nos esforzamos en ser agradables y amistosas, sino más bien somos demandantes porque asumimos que merecemos atención; pero la Palabra dice que podemos ser útiles para ganar a quien esté perdido. No te detengas tanto en satisfacer lo que anhelas, sino en dárselo al prójimo para luego recibirlo a cambio. En una reunión no es necesario que saques la Biblia, prediques y ores; solo con tu conducta y testimonio generarás un gran cambio. Por ello es importante que aprendamos a reconocer nuestra identidad como mujeres de Dios.
Si algo de ti te avergüenza, ¡no lo permitas más! Dedícate a desarrollar tu liderazgo aprovechando las características que te hacen única y maravillosa. Asimismo, trabaja en todas las áreas de tu vida: familia, economía y emociones, entre otras, para que ninguna puerta abierta permita la opresión del enemigo.