Desde que me convertí en madre por primera vez mi vida cambió para siempre y para mejor. Podría definir esa gran tarea como una de las más enriquecedoras, pues nunca se deja de aprender y de luchar por ser mejor. Además de madre, desde hace algún tiempo soy abuela y hasta la fecha sigo aprendiendo a desempeñar mis roles.
Uno de los errores más comunes que los padres podemos cometer con los hijos es exigirles que logren algo que nosotros conseguimos o quisimos conseguir en algún momento de nuestra vida, pues, aunque lleven nuestra sangre y nuestros genes, sus aspiraciones suelen ser distintas. Cuando se les impone alinearse a algo que no anhelan la satisfacción es únicamente para los padres de familia y no para ellos.
Como madres debemos sembrar en nuestros hijos el deseo de educarse, estudiar y salir adelante en la carrera que ellos deseen, no en la que nosotras quisimos o la que ejercemos. Claro que podemos aconsejarlos con base en sus habilidades para que tomen la mejor decisión, pero no debemos obligarlos ni exigirles que se desempeñen en algo que no les provoque felicidad y entusiasmo.
Al terminar la secundaria yo quería estudiar magisterio porque me fascinan los niños y desde muy pequeña he tenido muchísima paciencia y carisma con ellos, pero a la hora de tomar la decisión todo cambió. Mi mamá —quien tiene un título en magisterio— me aconsejó que estudiara secretariado bilingüe ejecutivo porque me serviría para muchísimas carreras en la universidad y podría optar a buenas opciones laborales. Se podría decir que me gradué de esa carrera por obediencia, pero me encantó y en ese ámbito me desarrollé.
Desde pequeña mi mamá me aconsejaba según mis destrezas y me apoyaba en lo que al final yo decidiera, y eso fue justo lo que yo traté de hacer con mis hijos. Cuando centramos nuestros esfuerzos en imponer y exigirles demasiado a los hijos es cuando normalmente aumenta la rebeldía, sobre todo durante la adolescencia. Incluso podemos hasta bloquearlos y cambiar la relación que llevamos con ellos.
El mejor consejo que puedo darte es que ames a tus hijos tal como son y que trates de comprenderlos cuando ellos más lo necesiten. Sé que cometerás faltas porque además de madre también eres un ser humano, por lo que es vital que tengas un corazón humilde dispuesto a acercarse a ellos y pedir perdón cuando sea necesario. Nuestro deber es instruirlos y guiarlos para que ellos mismos tomen las correctas sin que tengamos que imponérselas.
Si tienes más de un hijo también recuerda que cada uno es único, así que nunca los compares porque sus formas de desarrollarse y sus logros son diferentes. Aprende a entenderlos, ora por ellos en todo momento y pídele al Señor que sea su guía en cada paso que den. Es bueno que ores junto a ellos por sus necesidades propias y que lo hagas a solas en sus habitaciones. De esa manera lo hice con mis hijos y fue precisamente orando por ellos cuando vi uno de los mayores derramamientos del Espíritu Santo.
¡Ser madre es sinónimo de aprendizaje! Disfruta cada día con tus hijos con amor y entendimiento.