Amar también significa aprender a soltar

Amar también significa aprender a soltar

Hace un tiempo, una mujer se me acercó con lágrimas en los ojos. Había estado orando por su matrimonio durante años, pero su esposo había decidido marcharse. “Pastora”, me dijo, “no entiendo cómo Dios puede pedirme que deje ir a mi esposo, si yo sigo amándolo”.

Su pregunta no buscaba una respuesta rápida, sino consuelo. Y en ese momento comprendí algo que con los años he visto una y otra vez: hay momentos en los que el amor no se demuestra aferrándose, sino soltando.

Soltar no significa rendirse ni dejar de amar, sino más bien entregar en las manos de Dios aquello que ya no podemos sostener con las nuestras. A veces lo que queremos retener con fuerza, Dios nos pide que lo soltemos para poder sanarlo o transformarlo. Otras veces, simplemente, porque ese ciclo ya cumplió su propósito en nuestra vida.

Yo misma he tenido que aprender que el amor maduro no siempre busca poseer, sino liberar. Amar no es retener a las personas para que se queden, sino permitir que Dios las lleve al lugar donde Él quiere que estén. Es reconocer que nuestros afectos humanos son imperfectos, pero el amor de Dios es completo y sabe lo que conviene para todos.

En mi libro Mírate bonita, mírate feliz comparto cómo muchas veces confundimos amor con dependencia. Creemos que si soltamos perdemos, cuando en realidad es ahí donde Dios nos enseña a ganar libertad. Soltar no es olvidar, sino confiar. Es permitir que el Espíritu Santo nos sane la herida que deja la ausencia y nos devuelva la paz que produce la obediencia.

Jesús mismo vivió este principio. Amó profundamente a sus discípulos, pero también los soltó. Les enseñó, los formó y luego los dejó ir para que cumplieran su propósito. El amor verdadero no busca atar, sino inspirar y ayudar a crecer. Cuando Jesús ascendió al cielo no fue un adiós sin esperanza, sino un “Voy a prepararles un lugar especial”. Soltar con amor es confiar en ese mismo plan eterno.

Quizá hoy estás enfrentando una despedida que no pediste: una amistad que cambió, un ser querido que partió, una relación que terminó o un sueño que se desvaneció. Talvez sientas, incluso, que tu corazón se rompió en mil pedazos. Pero déjame decirte algo con ternura: soltar no es un acto de debilidad, sino una muestra de fe.

Dios no te pide que sueltes para dejarte vacío, sino para llenarte con algo mejor: con su paz. Y mientras más confíes en Él, más fácil te será abrir las manos. Cuando algo se va no significa que todo termina, pues a veces simplemente quiere decir que está comenzando una nueva etapa bajo la dirección de un Dios que nunca se equivoca.

Si en tu vida hay algo o alguien que debas entregar a Dios, hazlo sin miedo. Él sabe lo que hace. No trates de sostener lo que ya no está en tu tiempo. Deja que el amor que te une a Dios sea más grande que el miedo a soltar. “Hay tiempo de abrazar y tiempo de abstenerse de abrazar”, dice Eclesiastés 3:5.

Amar también significa soltar cuando es Dios quien te lo pide. Pues, aunque tus manos se queden vacías, tu corazón quedará lleno de Su presencia. Y cuando el dolor se calme entenderás que no perdiste a alguien, sino que ganaste una enseñanza, una libertad y una fe más profunda.