A lo largo de mi vida he tenido la gran oportunidad de platicar y orar por personas que padecen de ansiedad; y en este periodo en el que se ha perdido la rutina y el control de las actividades del hogar, más personas han manifestado sentir ansiedad.
El año pasado tuve la oportunidad de estudiar de cerca muchos comportamientos humanos y aprendí que existen dos tipos de ansiedad: la cotidiana —que es un vergüenza o timidez en una situación social incómoda— y la ansiedad que se vuelve un trastorno —que consiste en evitar socializar para no ser juzgada o humillada.
La mayoría de las personas manejamos una ansiedad cotidiana; por ejemplo, cuando nos preocupamos por el desempleo, por una ruptura amorosa o por otros eventos importantes. Cuando ya se padece un trastorno de ansiedad es cuando las situaciones interfieren con la vida diaria, lo que causa preocupación y sufrimiento.
La ansiedad es un estado mental que hace sentir una gran inquietud, una intensa excitación y una extrema inseguridad donde se pierde el control sobre lo que se siente.
La ansiedad, en cualquiera de sus formas, es un mal que puede afectarnos más de lo que nos imaginamos. Además, la vana manera de vivir afecta nuestra conducta, hábitos y forma de pensar, es por ello que Dios constantemente nos dice a través de Su Palabra que hay que renovar nuestros pensamientos y cambiarlos.
Hace algunos años sufrí un ataque de ansiedad durante un viaje. Me encontraba demasiado molesta y quería hasta gritar del enojo por algo que sucedió, así que pedí ayuda a una amiga terapeuta para tranquilizarme. Ella me dijo que estaba sufriendo un burnout —agotamiento, cansancio y desgaste emocional— y me recomendó ordenar mi vida.
Es gracioso porque yo creía que mi vida estaba ordenada, pero me di cuenta de que no. Así que decidí pedirle perdón a Dios porque sentí que le estaba fallando y no permití que algo así me volviera a suceder. Decidí ordenar mi vida. ¿De qué forma? Puse un equilibrio entre familia, amigos, deporte, entretenimiento y me puse a mí misma en primer plano; después de Dios, por su puesto.
Por ahí escuché a alguien decir que cuando entran pensamientos negativos a nuestros corazones que puedan causar ansiedad, debemos poner un pensamiento positivo sobre él que lo cubra completamente. Desde entonces lo practico y me ha funcionado de maravilla. ¡Prueba hacerlo! No pierdes nada y puedes ganar mucho.
Si has padecido o padeces de un trastorno de ansiedad es importante que lo reconozcas y busques ayuda profesional. Además, te animo a que comiences tu día declarando victoria con alguna promesa de Dios que esté en las Escrituras, pon tu confianza plenamente en el Señor, esfuérzate en vivir por fe y sé agradecida por todo lo que tienes. Deja de pelear la batalla sola y permite que Jesús te sostenga con Su mano. Él es un Dios amoroso que se preocupa por nosotras, nos guarda y nos ayuda en todo momento.