La intercesión es algo que las madres hacemos sin darnos cuenta. Desde el momento en el que le rogamos a Dios que nuestros hijos regresen con bien a casa cuando salen de estudiar o de trabajar o de alguna reunión con amigos, o cuando simplemente le pedimos porque les vaya bien en la vida, estamos practicando la intercesión.
Creo que desde que nos anuncian el embarazo empezamos a clamar por ellos y es así como inicia ese proceso de alimentar su vida espiritual.
Si alguien se pregunta cuándo es el mejor momento para interceder por los hijos, yo diría que toda la vida. Sí, ellos son tierra fértil y como esponjitas aprenden mucho con nuestro ejemplo. La Biblia nos lo enseña: “Instruye al niño desde su niñez y aunque fuere viejo no se apartará” (Proverbios 22:6). Esta es una promesa que nos refuerza la importancia de enseñarles desde temprana edad que hay un Dios que cuida de nosotros y que tiene un propósito para nuestras vidas.
La formación académica sí la podemos delegar y completar en casa, pero su formación espiritual no es responsabilidad de nadie más. Ni el colegio, aunque tenga principios cristianos, ni la iglesia o el líder tiene dicha obligación. Es una tarea que nos corresponde únicamente a los padres.
Hay etapas del crecimiento de los hijos en las que sentimos que ellos no reciben de nosotros – la preadolescencia y adolescencia, por ejemplo – pero debemos tener en mente que Dios nos habilitó para formarlos y estas etapas nos llevarán a descubrir el poder de nuestra intercesión.
Cuando mis hijos aún vivían en nuestro hogar, yo oraba junto a ellos en sus habitaciones, pero también lo hacía a solas en mi habitación. Con los años he podido ver que valió la pena, porque cada uno, desde su personalidad, ha sabido desarrollar el llamado que Dios le hizo en su tiempo.
Hay personas que piensan que al ser nosotros – mi esposo y yo – servidores de Dios a tiempo completo, nuestros hijos debían dedicarse al ministerio, pero es algo que nunca les impusimos. Respetamos la carrera que cada uno estudió en la universidad y confiamos que Dios cumpliría Su propósito en ellos. Afortunadamente se enamoraron de Él, se apasionaron por servirle y hoy trabajan para que más personas se acerquen a Su trono. Ha sido fascinante ver cómo han abrazado el llamado de Dios.
Sin lugar a dudas, orar, interceder y enseñar la Palabra de Dios a los hijos desde pequeños rendirá frutos en sus vidas. Vale la pena que le dediques tiempo. ¡Sigue adelante, cree que el Señor los seguirá guardando y oportunamente podrán cumplir su propósito!