Cuando me convertí en madre por primera vez creí que nada se compararía a lo que sentí en ese momento. Luego nacieron mis otros dos hijos y la emoción fue igual de extraordinaria. La maternidad es una de las etapas más significativas en la vida de cualquier mujer, ya que nos transforma.
A los 21 años de haber dado a luz a Cashito (mi primer hijo), él y mi nuera Ale me dieron la gran noticia de que me convertiría en abuela por primera vez. Me resulta casi inexplicable expresar en pocas palabras la alegría y el entusiasmo que sentí dentro de mí en ese momento. No podía imaginar lo que significaría usar el título de “abuela”.
La primera vez que sostuve en mis brazos a Darisse, mi primera nieta, supe que la quería cuidar como cuidé a mis hijos y darle el amor incondicional que desde el momento de su concepción ya merecía. Lo mismo sucedió cuando vino al mundo Tiago, mi segundo nieto. Son uno de los regalos más grandes que mi hijo Cashito ha podido darme.
El año pasado, Juan Diego (mi segundo hijo) y mi nuera Melissa dieron a luz a su primer hijo. Fueron nueve meses de espera llenos de emoción porque ellos no quisieron saber el sexo del bebé hasta que naciera. El 7 de agosto de 2019 supimos que ese regalo de Dios era un pequeño varón a quien llamaron José Juan. Desde entonces nos ha alegrado los días con sus sonrisas (todavía sin dientes) y las travesuras que poco a poco comienza a hacer.
Hace pocas semanas, Anita (mi tercera hija) y Gerson, mi yerno —quienes desde 2018 se mudaron a Portugal para iniciar con el llamado de Dios hacia sus vidas—, vieron nacer a su primer hijo: Samuel. Tenía planeado acompañarlos el día del nacimiento, pero debido a las prohibiciones que ha generado el coronavirus no pude estar con ella y me he tenido que conformar con verlo en videos y fotos, mientras tengo la oportunidad de estrecharlo en mis brazos.
En estos años que el Señor me ha permitido ser abuela he aprendido que en ocasiones la mayor felicidad se encuentra en las cosas más simples. Recuerdo la primera vez que Darisse me habló desde el bus del colegio que la estaba dejando en las oficinas de la iglesia para que Cashito la recogiera, desde lejos me gritó “Nonna miso tu casa”, trató de decirme “Nonna, voy a pedir permiso para ir a tu casa”. Me quedé tan impresionada que en ese momento entré a la oficina, cancelé las citas y aparté toda la tarde para ella. Esa clase de ternura es difícil de explicar.
Esta etapa tan incomparable brinda la oportunidad de vivir momentos únicos sin tener tantas responsabilidades. El rol principal de una madre es criar y educar a los hijos en el camino correcto, pero el de una abuela —además de transmitir la sabiduría que adquirimos con la experiencia y el paso de los años— lo resumo en ser su cómplice de aventuras.
Yo tengo muy buenos recuerdos con mi abuelita, todo lo que ella me decía yo lo creía, por lo que al momento de convertirme en abuela, entendí que mis nietos, en algún momento, creerían todo lo que yo les enseñe.
Puedo decirles mucho más de cómo me siento en esta etapa de mi vida, pero voy a cerrar diciendo que ser madre es un verdadero orgullo y ser abuela es un gran privilegio, ambas son bendiciones que nuestro Señor nos regaló; así que, si tú también ocupas alguno de estos roles, aprovecha cada instante con esos pequeños que hacen que el alma vuelva a florecer.