Dar gracias (incluso por lo que no entendemos)

Dar gracias (incluso por lo que no entendemos)

Vivimos en una cultura que nos enseña a agradecer solo cuando todo sale bien: cuando hay éxito, cuando llega la bendición, cuando las puertas se abren… Pero la fe nos invita a una forma más profunda de gratitud: aquella que no espera entenderlo todo para dar gracias.

Ser agradecidos aun en medio de la incertidumbre no es negarla, sino elegir ver la mano de Dios incluso cuando no la comprendemos. Es confiar en que Él sigue obrando aun cuando el panorama parezca no tener sentido.

Recuerdo una conversación con una madre que había perdido su trabajo. Me dijo: “Pastora, no entiendo por qué Dios permitió esto, si yo oraba tanto por estabilidad”. Le respondí que a veces, cuando Dios cierra una puerta, es porque está abriendo un camino que todavía no podemos ver. No es rechazo: es redirección.

Semanas después esa misma mujer consiguió un empleo que no solo le dio provisión, sino también propósito. Y con lágrimas en los ojos me dijo: “Ahora entiendo por qué tenía que pasar por aquello”. Esa es la belleza de la gratitud: abre los ojos antes de que llegue la explicación. Nos enseña a confiar más en Su corazón que en nuestras circunstancias.

La Biblia nos muestra una y otra vez que el agradecimiento no depende de los resultados, sino del carácter de Dios. El apóstol Pablo, escribiendo desde la cárcel, exhortó a los creyentes a ser agradecidos en todo momento. No dijo “por todo”, sino “en todo”. Porque la gratitud no niega el dolor: más bien lo redime.

“Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”, dice 1 Tesalonicenses 5:18. Cuando agradeces, aun sin entender, tu corazón se alinea con la fe. Dejas de mirar lo que falta y comienzas a ver lo que permanece: la fidelidad de Dios. Él no cambia cuando tus planes cambian. Él sigue siendo bueno: sigue siendo un Padre presente.

Quizás este año no haya sido como esperabas. Quizá oraste por cosas que no sucedieron o enfrentaste pérdidas que aún duelen. Pero incluso ahí puedes encontrar motivos para agradecer: por la fuerza que no sabías que tenías, por las personas que permanecieron a tu lado a pesar de las circunstancias, por las lágrimas que se convirtieron en oración.

La gratitud transforma el ambiente del corazón y te enseña a mirar con ojos de esperanza. Te enseña a decir “gracias” no porque todo esté bien, sino porque sabes que Dios está obrando para bien. Jesús mismo nos dio el mayor ejemplo de esto: en la noche en que fue entregado, antes de ir a la cruz, tomó el pan, lo partió y dio gracias. Dio gracias antes del sufrimiento porque conocía el propósito detrás del dolor. Si Él pudo agradecer en ese momento, nosotros también podemos hacerlo en los nuestros.

Hoy te animo a mirar tu vida y decir con fe: “Gracias, Señor, por lo que entiendo y por lo que no. Gracias porque en todo estás conmigo. Gracias porque Tu plan es más grande que mi visión”. Cuando la gratitud llena tu corazón, el temor se disipa y la fe crece. Y aunque no comprendas todo lo que pasa, podrás decir con paz: “No lo entiendo, pero confío”.