Marcas de gracia

Marcas de gracia

Hace un tiempo una jovencita me comentó que detestaba una pequeña cicatriz que tenía en un dedo de la mano porque cada vez que la veía le recordaba la difícil etapa de ansiedad que atravesó en algún momento de su vida, lo cual la llevó a lastimarse de manera inconsciente. Yo nunca había notado su cicatriz porque es pequeña y casi del color de su piel, pero para ella, aunque no era pronunciada, representaba un momento de su vida que la marcó. Su situación me hizo pensar en una verdad para todo ser humano: todos cargamos cicatrices, unas internas y otras externas. Todos las llevamos con nosotros a dondequiera que vayamos.

Quizá esas cicatrices, pequeñas o grandes, las ves en tu piel o permanecen escondidas en tu alma y corazón, pero donde sea que estén son recuerdos de pérdidas, batallas o momentos de profundo dolor que dejaron una huella. Aunque las cicatrices nacen de heridas, debemos aprender a verlas como una victoria, ya que si ahora solo son una marca es porque en algún momento nos levantamos para continuar el camino que Dios trazó para nosotros. Esto solo lo logramos tomados de Su mano y reconociendo que Su amor basta para soportar aquello que creímos que no superaríamos.

Jesús mismo conservó sus cicatrices después de la resurrección. La Biblia nos narra que cuando se presentó frente a Sus discípulos les mostró las marcas en Su cuerpo y que en ningún momento las escondió. Sus cicatrices no hablaban de derrota, sino de victoria, ya que fueron el recordatorio del amor más grande que hemos conocido. De la misma manera, nuestras cicatrices pueden ser testimonio de la fidelidad de Dios: de cómo nos sostuvo en medio de la tormenta y de cómo Su gracia transformó nuestro dolor en fortaleza. No siempre entendemos por qué pasamos por ciertas pruebas, pero cuando permitimos que Él obre, esas cicatrices se convierten en mensajes de esperanza.

En vez de mirar tus cicatrices externas y sentir las internas con resentimiento, ira o tristeza, mejor pregúntate qué dicen esas marcas acerca de Dios y ya no tanto acerca de ti; sabrás entonces que hablan más de Su gracia y fidelidad, de cómo te sostuvo en momentos de angustia y de cómo nunca te abandonó cuando ya no tenías fuerzas para acércate a Él. Como creyentes y Sus hijos, debemos marcar la diferencia y dejar que nuestras heridas sanadas hablen más fuerte que nuestras palabras. Es difícil, pero en Él es posible.

Si hay una herida que aún te lastima, recuerda que no estás solo y que tus cicatrices no te definen ni te califican, dado que son parte de tu historia y testimonio. Este es un buen momento para que cultives gratitud, amplíes tu perspectiva y profundices en la Palabra de Dios, porque esas marcas son la prueba de Su fidelidad y pueden ser de bendición para alguien más.

Te animo a que te bastes en la gracia de Dios porque Su poder se perfecciona en tu debilidad. Comienza a ver hacia arriba con fe, sabiendo de antemano que cada cicatriz será utilizada para Su gloria. ¡Dios te bendiga!