Hace algunos días celebramos el convivio del Ministerio de Intercesión de Casa de Dios –la iglesia que lidero junto a mi esposo–, en el que nos llenamos de la Palabra de Dios y conmemoramos el nacimiento de Jesús. Verlos y compartir pláticas, conversaciones, oraciones, risas y abrazos, me hizo recordar tantos buenos y difíciles momentos que hemos vivido junto al equipo de intercesores, quienes se han puesto a la brecha delante del Señor por su iglesia, familias y nación.
Este precioso ministerio nació en 2004 bajo mi dirección. Desde entonces, aunque no ha sido fácil porque se han presentado miles de retos, hemos forjado a intercesores para que puedan orar por la salvación de otras personas, así como por las dolencias físicas y emocionales que padecen en su paso por este mundo. Desde el inicio, mi anhelo siempre ha sido que todos puedan acercarse al Señor e interceder por el bienestar de otros pecadores que aún no lo conocen, pues a pesar de que Él aborrece el pecado, ama al pecador.
Cada vez que un nuevo intercesor se une a este grupo, les explico que la oración es la forma más sencilla y directa de hablar con Dios, pero la intercesión va más allá de eso porque expone nuestro amor por otros. En ese sentido, una oración de intercesión no es más que una donde le pedimos a Él, en forma específica, para que alguien más sane alguna de sus dolencias físicas, emocionales o espirituales.
Jesús es el ejemplo perfecto de un verdadero intercesor. Él no vino para curar a quienes están sanos, sino que a los enfermos. Tampoco vino a salvar a los justos, sino que a los pecadores. Esa es la razón por la cual los cristianos predicamos acerca del Salvador, aquel que nos ama y libra de la muerte eterna si confiamos plena y exclusivamente en Él como nuestro único Señor y Salvador.
Tenemos que entender que todos los seres humanos somos pecadores porque el pecado forma parte de nuestra naturaleza pecaminosa, por lo que somos personas en construcción. Esto quiere decir que nuestra identidad se va forjando desde antes de nacer y no deja de hacerlo hasta el último día de nuestras vidas. Por lo tanto, debemos adaptarnos por quienes somos y decidimos ser, intercediendo los unos por los otros delante de nuestro Padre Celestial que nos ama sin medida y nos entiende en todo momento.
Ha sido una bendición, un placer y un enorme privilegio liderar el Ministerio de Intercesión de Casa de Dios y los servicios de intercesión virtuales que realizamos todos los martes, a través de nuestras plataformas digitales. Ser una intercesora es uno de los roles más maravillosos que desempeño, ya que es una forma de amar a los demás y de confiar en que el Señor les puede cambiar la vida para bien. El mundo necesita más intercesores porque cosas grandes suceden cuando oramos y nos unimos para creer en milagros. ¡Bendiciones!