Mateo 26:26-47 dice: “Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre. Y cuando hubieron cantado el himno, salieron al monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo: Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche; porque escrito está: Heriré al pastor, y las ovejas del rebaño serán dispersadas. Pero después que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea. Respondiendo Pedro, le dijo: Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré. Jesús le dijo: De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Pedro le dijo: Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo. Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad. Vino otra vez y los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño. Y dejándolos, se fue de nuevo, y oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras. Entonces vino a sus discípulos y les dijo: Dormid ya, y descansad. He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. Levantaos, vamos; ved, se acerca el que me entrega. Mientras todavía hablaba, vino Judas, uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo”.
Nosotros somos llamados “hijos de Dios”, lo que nos da el acceso libre a Su presencia y a poder conversar con Él cuando queramos hacerlo. Hay personas que creen que antes de hablar con Dios tienen que cubrir alguna penitencia o que necesitan intermediarios para hacerlo, pero no es así. Somos Sus hijos y nacimos de nuevo en espíritu, razones por las que nos equipó para tener la convicción y confianza de acercarnos a Su presencia.
Hay momentos en la vida en los que, como seres humanos, sentimos que no podemos solos, por lo que solemos buscar a las personas que nos rodean para que nos ayuden. Un día, hace algunos años, me sentía muy angustiada y ya no quería saber absolutamente nada de nada ni de nadie. En ese momento una persona pasó caminando a mi lado y, sin pensarlo tanto, le pedí que orara por mí; cuando comenzó a hacerlo, empecé a llorar sin parar. No sabía quién era, pero sí sabía que necesitaba que alguien me ayudara.
Algo similar le pasó a Jesús cuando se entregó a sí mismo en la cruz del Calvario por amor a nosotros. En ese momento seguramente se sintió confundido, angustiado y triste, por lo que necesitó a Sus discípulos para que lo apoyaran y ayudaran, pues Su carne estaba peleando y luchando para no sufrir tanto.
En ocasiones, el dolor y la tristeza son más fuertes de lo que imaginamos, ya que en medio de esos sentimientos es difícil que solos encontremos una salida. Es justo en esos momentos en los que solemos necesitar a alguien que nos acompañe y nos ayude a levantarnos por fe. Cuando comencé con la disciplina de oración, siempre le pedí a otros que me acompañaran a orar para que nada me desconcentrara de ese tiempo. Fue muy oportuno hacerlo y le agradezco a Dios por haberme permitido pedir ayuda.
Necesitamos tener comunión con Dios para que entendamos Su perfecta voluntad y para que nuestras oraciones sean específicas y, por consiguiente, sean contestadas. Al momento de orar, tenemos que estar dispuestos de darle a Él todo lo que nos pide. Necesitamos nutrirnos de la Palabra de Dios y pedirle sabiduría para no desconectarnos de Él en ningún momento.
Aun en medio de los problemas y dificultades que se acerquen a nuestras vidas, el Señor nos da la fortaleza para seguir adelante. Él puede obrar milagros, lo que nos anima y nos da las fuerzas necesarias para levantarnos, sin embargo, tenemos que aprender también a ser empáticos para darle a los demás un poco de lo mucho que Dios nos regala cada día. ¡Comparte con los demás Palabra de esperanza!