Efesios 6:12 dice: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”.
El Señor nos enseña que el enemigo trabaja duro, sin descanso alguno, para destruirnos. Es por ello que debemos pelear en su contra, pues la Palabra dice que nuestra lucha no es contra la sangre y la carne, sino que contra lo espiritual. Debemos tener la completa seguridad de que el Espíritu Santo está con nosotros en donde quiera que estemos.
La Biblia nos dice que el que está en nosotros es mayor al que está en el mundo, por lo que tenemos que ser astutos para pelear en contra de Satanás. Todos los seres humanos necesitamos, en algún momento de nuestras vidas, ser liberados y restaurados por nuestro amado Dios.
Santiago 4:4 dice: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”.
Sin duda alguna, el Señor nos enseña que Él es radical: o estamos con Él o en contra de Él, no hay términos medios. Si alguien cercano a nosotros está atravesando un ataque u opresión, tenemos que ponernos a la brecha por esa persona, levantarnos y ayudarla en todo lo que podamos.
La posesión es cuando entidades desencarnadas logran controlar el cuerpo humano, resultando en cambios perceptibles en el comportamiento. A veces, cuando vemos a alguien que está poseído, sentimos impotencia al no poder hacer nada, pero la Palabra del Señor nos enseña que necesitamos ser libres y que Él nos da la autoridad para liberar a otros.
Hace muchos años, en un retiro al que asistí junto a mi esposo, comenzamos a tener la autoridad para hacer libre a una persona. Al momento de orar, el semblante y varias partes del cuerpo de alguien comenzaron a cambiar, fue un momento muy fuerte, pero fue libre. Luego de eso, aprendí a imponer manos y a declarar libertad y gozo sobre quienes lo necesiten.
Por otro lado, la opresión es la sensación de molestia que produce algo o alguien. Recuerdo el caso de una persona que sufría a causa de fuertes migrañas y dolores de cabeza, y el Señor me dijo que orara y reprendiera toda opresión sobre su cuerpo, por lo que fue libre. Esto nos enseña que la posesión y la opresión no son causadas únicamente por demonios, sino que, en ocasiones, por preocupaciones o angustias que nos aplastan.
También, una obsesión, un duelo o un trastorno mental pueden privarnos de la libertad que Dios nos da que, por lo general, están asociadas a angustias, tristezas o distintas discapacidades funcionales. Todo esto lo usa el enemigo para matar nuestra fe y espíritu, sin embargo, el Señor nos puede equipar con armas poderosas para que seamos libres si se lo permitimos.
2 Corintios 10:3-6 dice: “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta”.
Las posesiones y opresiones sueles ser causadas por experiencias traumáticas, por pecados cometidos, por abusos físicos o por maldiciones generacionales, pero la buena noticia es que en el nombre poderoso del Señor podemos ser libres de toda atadura.
Gálatas 5:17-24 dice: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”.
Si queremos ser libres o ayudar a alguien a que sea libre, tenemos que decirle “sí” al Señor, quien puede liberarnos y derramar bendiciones sobreabundantes sobre nuestras vidas y las de nuestras generaciones.