Como hijos de Dios, ahora más que nunca necesitamos ser plantados como árboles de justicia. Cuando la injusticia florece y saca a luz todo su potencial, la Iglesia de Cristo debe marcar la diferencia.
Isaías 61:3 dice: “Ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya”.
Esto inició con Jesucristo, nuestro redentor, quien vino a provocar en nosotros esos cambios; a erradicar de la vida de los justos la tristeza, la depresión y el abatimiento. Él causó un impacto en nosotros para que seamos llamados árboles de justicia y plantíos de Él en la Tierra.
Dios ha trabajado tanto en nuestra tierra, pues la ha restaurado, abonado y sembrado una semilla. Desde el Ministerio de Intercesión de Casa de Dios constantemente oramos e intercedemos para que el Señor sane nuestra tierra con el objetivo de que produzca los mejores árboles en este tiempo.
Salmos 52:1-8 dice: “¿Por qué te jactas de maldad, oh poderoso? La misericordia de Dios es continua. Agravios maquina tu lengua; como navaja afilada hace engaño. Amaste el mal más que el bien, la mentira más que la verdad. Has amado toda suerte de palabras perniciosas, engañosa lengua. Por tanto, Dios te destruirá para siempre; te asolará y te arrancará de tu morada, y te desarraigará de la tierra de los vivientes. Verán los justos, y temerán; se reirán de él, diciendo: He aquí el hombre que no puso a Dios por su fortaleza, sino que confió en la multitud de sus riquezas, y se mantuvo en su maldad. Pero yo estoy como olivo verde en la casa de Dios; en la misericordia de Dios confío eternamente y para siempre”.
Este fragmento de la Biblia nos explica que no es por nuestra propia justicia ni por nuestra propia santidad, sino por la misericordia de Dios. Él marca la diferencia entre las acciones de los injustos que al final serán desarraigados, mientras que los justos serán plantados como árboles de olivo en la casa del Señor.
Salmos 128-3 dice: “Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa”.
Todas nuestras generaciones serán como árboles de olivo que echarán raíces y nadie las podrá desarraigar. El olivo es un árbol legendario porque fue plantado y enraizado hacia abajo, hacia las profundidades del reino de Dios y Su justicia. En las Escrituras lo encontramos por primera vez en la historia de Noé, quien pasó cuarenta días y cuarenta noches en un arca bajo una intensa lluvia. Cuando las aguas cesaron, Noé soltó una paloma que regresó con una ramita de olivo en el pico. El árbol de olivo fue el único que soportó los embates del diluvio.
Esto nos muestra que aun en medio de los diluvios más intensos en la vida de la Iglesia de Jesucristo, y que aun en medio de las peores devastaciones, pueden venir árboles verdes y frondosos de justicia. Es esa la declaración de la Palabra de Dios para nosotros.
El olivo es un aceite luminoso que produce luz. El Señor declaró que somos árboles de olivo porque en este tiempo estamos plantados y arraigados en Su reino para que la iglesia sea el medio por el cual las tinieblas sean alumbradas a través de nosotros, los justos.
Según las normas agrícolas, el árbol de olivo se cosecha en el otoño para que suelte su fruto, el cual no cae por sí solo. En Deuteronomio se explica que la forma de cosechar este fruto debe ser por medio del golpeteo de las ramas con una vara. El tiempo de la cosecha está relacionado con el hecho de ser sacudido y golpeado en algún momento, así que el justo que está arraigado en la casa del Señor no tiene que afligirse ni angustiarse.
La Palabra dice que el fruto del espíritu es amor, gozo, paz, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza, y nos demanda a todos a que demos ese fruto. Dios nos quiere sacudir y, al momento de ver que el fruto está siendo utilizado, aunque pueda haber dolor, tristeza o angustia, debemos estar conscientes de que es un proceso que traerá nuevas cosechas.
Cuando el fruto se soltó por aflicciones y tribulaciones, vino una nueva temporada para que en todos los hijos justos de Dios no se quedaran con la rama muerta, sino que tuvieran la oportunidad de florecer y de que esas flores se convirtieran en nuevos frutos para la próxima temporada de la cosecha.
Jeremías 11:16 dice: “Olivo verde, hermoso en su fruto y en su parecer, llamó Jehová tu nombre. A la voz de recio estrépito hizo encender fuego sobre él, y quebraron sus ramas”.
No pienses en pequeño porque el Señor está pensando en grande. Debemos creer plenamente en el valor que tenemos delante de Dios para que Él siembre en nosotros un fruto que dé una gran cosecha.