Siempre he dicho que la familia es la base de la sociedad, pues en ella es en donde cada persona construye su identidad, protege su autonomía y desarrolla principios y valores. Además, es el sustento de un pueblo cristiano fuerte y capaz de vencer todo lo malo que se presenta a lo largo de la vida; por ello es que Dios desea bendecirlas y otorgarles todo lo que necesitan para garantizar su bienestar.
Toda familia inicia con el matrimonio de una pareja. Por eso es sumamente importante que todas las personas que estamos casadas trabajemos día a día en nuestro bienestar conyugal, sin importar la cantidad de tiempo que llevemos juntos, puesto que las buenas relaciones —conyugales, familiares, laborales y de amistad— se alimentan todos los días para que florezcan.
Asimismo, todos los integrantes de la familia deben amarse y dedicarse a formar un hogar que ponga en primer lugar a Dios; para que, cuando lleguen los problemas y se presenten distintos obstáculos —porque sí pasará, tenlo por seguro— todo resulte mucho más fácil y sin tanta carga. Las familias y los matrimonios deben tratar de estar bien en todo momento porque son la fuerza que levanta a cada integrante; por esta razón, cuando surja algún conflicto, traten de resolverlo rápida y tranquilamente.
Debemos entender que el valor de la familia no está en lo material, sino en el interior de cada persona que la conforma. De la misma forma, cada uno tiene su propia escala de valores, por lo que para unos es más importante lo material y para otros lo espiritual. El poeta español, Ramón de Campoamor, dijo: “Nada es verdad, ni es mentira; todo depende del cristal con que se mira”, lo que significa que todos vemos las cosas de diferente manera, según los valores que tengamos. Sin embargo, el valor de la familia y el matrimonio no debe ser relativo porque es una verdad fundamental que debemos hacer evidente en nuestra vida.
Por otro parte, para quienes ya son padres de familia es importante inculcar en nuestros hijos, desde que son pequeños, principios, valores y buenos modales. También, si así lo desean, enseñarles el amor de Dios para que como personas lo conozcan y tengan comunión con Él. En mi casa, mis tres hijos, sin obligarlos a nada, se entregaron a la obra del Señor y en la actualidad son grandes líderes que predican las Buenas Nuevas a dondequiera que van. Sin duda, es una gran bendición tener hijos comprometidos con lo que aman hacer.
A lo largo de la vida he aprendido que la familia es el regalo más lindo que Dios nos ha dado y que debemos cuidar a cada integrante. No sé si tienes a tu familia completa o no, pero a pesar de tus circunstancias particulares, agradécele al Señor por cada uno de ellos —estén presentes o no— y por todo lo que te ha tocado vivir. Nunca olvides que la familia lo es todo.