Durante la pubertad suceden los principales cambios biológicos, sexuales, sociales y psicológicos en los seres humanos. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la adolescencia abarca el periodo entre los 10 y los 19 años de edad, aunque hay quienes afirman que entra en la adultez de forma gradual, extendiéndose hasta los 24 años. Es en esta etapa donde empieza a manifestarse la madurez social de un individuo y se prueban distintos modelos de pertenencia y de comunidad.
En mi caso, durante esa etapa crecí de estatura, pero lidiaba con sobrepeso. Mi madre siempre procuró que me sintiera cómoda conmigo misma, por lo que confeccionó ropa apropiada para mi figura y empezó a tener más control sobre lo que yo comía. De repente mi dieta alta en calorías fue reemplazada por alimentos saludables. También empecé a practicar deportes y, gracias a mi altura, pude integrarme a equipos de básquetbol y voleibol.
Durante esta etapa fue cuando conocí a Dios y acepté a Cristo como mi Señor y Salvador, y esto hizo que todo en mi vida comenzara a tener sentido. Solo cuando dimensionamos lo valiosas que somos para Dios es cuando empezamos a notar el buen o mal concepto que teníamos de nosotras mismas.
Dios, desde siempre, ha demostrado amor profundo e interminable por todos Sus hijos sin hacer excepciones y nos motiva a hacer lo mismo. Siempre que estemos confundidos podremos contar con Él y nos demostrará la mejor salida.
Cuando una persona tiene un concepto muy bajo de sí misma, solemos motivarla para que lo nivele. Lo mismo sucede cuando tiene un concepto muy alto: la motivamos a equilibrarlo. Sin embargo, en ocasiones hay personas que no tienen ni uno ni otro. Es entonces cuando hay que estimularlos a descubrir por sí mismos quiénes son, con el fin de que nadie más se los diga o se los haga creer, puesto que es algo que cada quien debe descubrir.
Por supuesto que nuestra vida no se resuelve cuando conocemos y aceptamos al Señor, ya que en algún momento a todos nos toca lidiar con los fantasmas de nuestro pasado y con cuestiones que nos han atormentado. A pesar de ello, debemos tener claro que Dios es quien nos ayuda a renovar nuestros pensamientos y que Él nos da las fuerzas que humanamente no tenemos.
Lo que el mundo nos enseña está cada vez más distorsionado, es por ello que es de vital importancia que reconozcamos quiénes somos y defendamos aquello en lo que creemos. Como hijos de Dios debemos aprender a vernos a nosotros mismos como un vaso de honra para ser conscientes de lo valiosos que somos. Nunca olvides que somos instrumentos restaurados de Dios, llenos de Su Espíritu Santo, para llenar a quienes nos rodean.