La vendimia implica siembra, cosecha y fruto. Es, además, una fiesta que celebra los resultados del trabajo duro de todo un año. Cuando hablamos del proceso de siembra y cosecha no hay nada mejor que la naturaleza para representarlo. Los árboles y las plantas nos demuestran que con una buena tierra se puede florecer.
Hace mucho tiempo, en Retalhuleu, Guatemala (el lugar en el que crecí), se sembraba bastante algodón, un cultivo que absorbe mucho la energía de la tierra. En aquella ocasión alguien recomendó que detuvieran su siembra y dejaran descansar la tierra al menos durante un año o, de lo contrario, corría el riesgo de volverse infértil. Nadie acató la recomendación y ahora esa tierra ya no sirve para sembrar nada porque perdió todos sus nutrientes.
2 Pedro 1:3-7 dice: “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor”.
Jesús nos brindó grandes enseñanzas por medio de parábolas, una de ellas fue la de la higuera. Una higuera produce fruto durante diez meses al año, siempre y cuando se haga buen uso de la tierra. La tierra fue diseñada para dar buen fruto y nosotros también fuimos diseñados para lo mismo. Dios espera que seamos productivos del mismo modo que el dueño de la villa sabía que había una razón de ser para aquella higuera. ¿Te has preguntado si eres buena tierra para abonar y cultivar? El abono es la Palabra y estamos diseñados para dar fruto en todas las áreas de nuestra vida, por lo tanto, permitamos que el Espíritu Santo trabaje en nosotros. Si el Señor trabaja en nuestra tierra, nosotros deberíamos entregarle algo de vuelta.
Salmos 92:12-13 dice: “El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano. Plantados en la casa de Jehová, en los atrios de nuestro Dios florecerán”. Asimismo, 2 Corintios 3:4-6 dice: “Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica”.
Dios abona la tierra y las plantas crecen, pero también deben ser podadas de toda maleza. Es cierto que ese proceso a veces duele porque en ocasiones no queremos soltar apegos, cosas materiales o amistades, pero eso tarde o temprano nos ayudará a florecer de mejor manera. En la naturaleza, cuando una planta florece anuncia buen fruto; y la voluntad de Dios es que Sus hijos florezcan. No dejemos de dar fruto porque nuestro Padre nos ha dotado de todo lo que necesitamos para ser productivos. La mejor forma de hacerlo es amando a tu prójimo como a ti mismo.