Constantemente me preguntan que cómo supe que mi esposo era la persona correcta e indicada para mí. Fue a los 17 años que apareció, justo cuando yo ya había puesto a Dios en el primer lugar de mi vida, cuando había sanado mi corazón y olvidado las relaciones pasadas y, sobre todo, cuando ya había decidido ser feliz conmigo misma.
Supe entonces que él era el que Dios había preparado para mí. La persona con quien podría mantener una relación agradable para servir al Señor sin sentir temor o prejuicios; además, sin afanarme, haciendo las cosas bien y siendo prudente para planificar mi futuro. El voleibol nos unió y con la ayuda de Dios hemos logrado el resto. Eso sí: todo sucedió de una forma muy honesta y sincera, diciendo siempre la verdad y sin dobles intenciones.
Mi corazón ya estaba preparado. Dios ya lo había sanado y yo estaba lista para recibir la bendición que Él tenía para mí. Quizá era algo de lo que yo no podía darme cuenta en ese entonces. Él ya tenía trazado un plan para mí desde antes de mi nacimiento. Sabía que yo ya estaba emocional y espiritualmente bien para conocer a un nuevo muchacho con quien pudiera establecer una relación.
Solo cuando lo llegué a conocer más fue que me di cuenta de que él era la respuesta a una oración que le hice a Dios cuando tenía 9 años: “Dios: si llego a tener un novio —que no sé qué es— que me vea linda, que me quiera y que esté interesado en ti cien por ciento”. Con esto te doy testimonio de que Dios siempre nos escucha sin importar nuestra edad o condición; sin importar nuestros pecados o nuestras necesidades afectivas. Su voluntad es darle lo mejor a Sus hijos.
En cualquier tipo de relación de amistad o noviazgo, el primer paso siempre será conocer a la persona: no ser novios, ni casarse, ni romper un noviazgo, ni nada de eso; sino simplemente conocerse. Mientras no conozcas a la otra persona jamás podrías asegurar cómo sería una relación con ella y, mucho menos, entender si es lo que Dios tiene preparado para ti.
La vida me ha enseñado que cuando se ama también se debe amar con la cabeza y no solo con el corazón, para resguardarnos de depresiones o desilusiones que no solo nos afectan a nosotros mismos, sino que también podrían llegar a hacerle daño a otras personas que están a nuestro alrededor o que intentan acercarse a nosotros.
Si aún no te has casado, quiero decirte que Dios desea un compañero o compañera de vida para ti; y te aseguro que cuando lo veas, nuestro Padre encontrará formas de demostrarte que él o ella es la persona indicada y ahora dependerá de ambos cuidar la relación. Yo tuve que pasar por tres intentos antes de conocer a la persona que el Señor tenía para mí, así que nunca te rindas luego del primer fracaso.