Efesios 6:10-11 dice: Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.
Este es un buen momento para que reposemos nuestra confianza en Él porque necesitamos renovarnos y sentir que hay alguien que nos ayuda. Dios lo ha prometido, es por ello que podemos fortalecernos en Su poder porque nuestras fuerzas son limitadas cuando pensamos que es posible vivir independientes de Su gracia. Dependamos de Él en todo momento y confiemos en que Sus fuerzas serán las nuestras.
Abraham no dudó, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios. Jesús creció y se fortaleció en el Espíritu. Fue lleno de sabiduría y tenía la gracia de Dios sobre Él. El apóstol Pablo dio gracias al Señor, quien lo fortaleció porque lo tuvo por fiel y lo puso en el ministerio. Estas tres personas son un ejemplo que debemos imitar. Podemos lograr proezas si confiamos en la fortaleza que viene de Dios.
El Señor quiere fortalecernos en todas las áreas de nuestra vida: primero, debemos recordar que es Él quien nos fortalece en fe; segundo, recibimos fortaleza dándole gracias y gloria cuando le alabamos en momentos de adversidad; tercero, Él nos fortalece en sabiduría, tal como dice Santiago: “pide la sabiduría”, porque el Señor puede dártela; cuarto, Su gracia está sobre nosotros para darnos fuerzas y debemos crecer en esa gracia; y quinto, es tener claro que el Señor fortalece a quienes tiene por fieles, exaltándolos y colocándolos en lugares más altos.
A veces nos creemos muy fuertes y autosuficientes. Me sucedió con mi hija Ana Gabriela hace bastante tiempo, cuando convulsionó a los dos años de edad. Una noche le subió la fiebre a pesar de haber velado junto a ella, poniéndole paños de agua fría en la frente. A eso de las 7:00 a.m. el sueño me venció y desperté al sentir un movimiento brusco que ella hacía con el pie. Al verla literalmente con el pie trabado y los ojos morados, me descompuse; estaba sola, por lo que clamé al Señor, pidiéndole que no se llevara a la hija que Él me dio. Él me preguntó: “¿Si es mía y si yo te la di, no puedo llevármela?”. Reaccioné y le respondí: “Sí, puedes llevártela, es tuya”. Al terminar de decir esas palabras, Ana Gabriela me habló, recuperada. Hoy mi hija está completamente sana gracias a la fortaleza y confianza que Dios me dio.
Debemos entender que el Señor ha vencido los temores y cadenas para que seamos libres. Dios nos ha dado espíritu de amor y dominio propio, no de temor y cobardía, y Su poder está dentro de nosotros, nos mantiene y nos da fe para seguir adelante y cambiar los patrones de conducta negativos. ¡Úsalo, no lo desperdicies! Si te sientes oprimido o deprimido o si no tienes ánimo para levantarte y actuar, hoy Dios quiere darte nuevas fuerzas y consuelo.