Todas las mujeres necesitamos sentir la enorme dicha de ser hijas. Somos hijas antes que mujeres, antes que estudiantes, antes que profesionales, antes que novias, antes que esposas y antes que madres. Hago hincapié en esto porque una mujer que desde niña es capaz de sentirse amada como hija tiene mayores posibilidades de llegar a desempeñar con seguridad cualquier otro rol de vida.
Siempre he dicho que primero soy hija; después, esposa; luego, madre; y, por último, profesional. Aun hoy, con más de 50 años de edad, más de 35 años de casada, tres hijos y seis nietos, el rol que sigue predominando en mi identidad es el de hija, y esto es algo que ha determinado quién soy hoy.
Muchas veces no comprendemos lo que sucede en nuestra vida hasta que somos confrontados con el niño herido que alguna vez fuimos. Cuando yo era niña, a pesar de que trataba de demostrarme segura de mí misma, pasé años guardándome muchas cosas negativas por las burlas que recibía en el colegio o por las comparaciones que yo misma me hacía. Cosas que, según yo, ya habían quedado en el pasado.
Hace algunos años tuve problemas digestivos, por lo que visité a una doctora especialista en homeopatía. Anterior a ello, en una cita médica con ella, yo le había compartido muchas experiencias que viví desde niña, sobre todo algunos miedos de infancia. De vuelta en su clínica, ella sacó una hoja en blanco donde comenzó a dibujar un iceberg que dividió en dos partes: la superficie y la que se mantiene debajo del agua.
La parte que sale es la más pequeña —“el 10% de lo que somos”, dijo ella— representa la conciencia y nuestra conducta racional; o sea, todo lo que sentimos y vivimos en el presente. El otro 90% queda oculto abajo del agua y corresponde al subconsciente.
Ella me dijo que son tantas las experiencias negativas que con el pasar de los años se van acumulando en nuestro subconsciente —frustración, tristeza, dolor, ira y miedo—, que llega un punto en el que todo explota, dañando colateralmente nuestra salud. También me reveló que mucho de lo que me afectaba en mi salud física se debía a una obsesión que siempre tuve desde niña de ser “salvadora”.
Me explicó también que adoptar este rol de salvadora implicaba mantener una posición donde siempre deseaba ser el escudo de alguien más ante sus propios problemas, lo cual me hizo mucho sentido cuando recordé mis días de la infancia donde, a pesar de ser una de las menores, siempre velé por el bienestar de mis padres; no solo individual, sino también de su matrimonio.
Esta situación me demostró lo transcendental que puede ser la niñez en la vida y me hizo ver hasta dónde pueden trascender los efectos colaterales de una buena o mala infancia. Tenemos que aferrarnos a la Palabra de Dios, que dice que Él puede restaurar todas las áreas de nuestra vida porque se perfecciona en nuestras debilidades. Él nos ama sin condiciones porque nos ve como verdaderamente somos.
El próximo sábado 22 de octubre, a partir de las 3:00 p.m., realizaremos la tercera reunión de “Mujer” de este año, bajo el tema “Corazón de hija”. Dios desea que no tengamos heridas en el corazón que nos afecten; así que, mujer, ese día te espero en Casa de Dios Fraijanes. ¡Habrá muchísimas sorpresas!