Siempre he pensado que la vida sin amor, no sería vida. No me refiero únicamente al amor entre pareja, sino al amor en general. No puedo ni imaginarme, por ejemplo, la fe, la amabilidad, el honor, la justicia, la amistad y el trabajo sin amor, porque ese ingrediente tan sencillo hace que, en lugar de limitarnos a las cosas malas, nos enfoquemos en verle el lado bueno a todo.
Aunque en muchas ocasiones se torna complicado amar a todas las personas que nos rodean —porque el amor no siempre es recíproco—, Dios anhela que amemos a nuestro prójimo en todo momento sin importar las circunstancias, tal como Él nos ama, puesto que el amor es fuente de equilibrio y un sentimiento importantísimo que debemos cuidar para ser felices.
Con el paso de los años he reconocido la importancia de cultivar amor en todo momento y en todo lugar: en el hogar, el trabajo, en el colegio, en la universidad, en la iglesia y en los grupos de amistad, ya que nos ayuda a desarrollar cualidades preciosas que nos hacen mejores seres humanos como la generosidad, la confianza, el respeto y el perdón.
También he aprendido que el amor sano nos permite sentir todo tipo de emociones que ayudan a darle sentido a nuestras vidas y que es una fuente de energía descomunal que enriquece nuestros pensamientos y que nos motiva a trascender. Sin duda alguna, una vida con amor saca la mejor versión de nosotros mismos y nos invita a vivir en paz y armonía.
La Palabra de Dios nos enseña que el amor, más que un sentimiento, es una decisión que debemos tomar. Es por ello que Él, a través de las Escrituras, nos invita a vivir una vida llena de amor, como si todo dependiera única y exclusivamente de él. En otras palabras, el amor es una decisión en acción, pues somos nosotros quienes escogemos día a día amar o no hacerlo.
Muchas personas creen que por las malas decisiones que han tomado en el pasado no merecen recibir el amor de Dios e incluso el de otras personas. Sin embargo, al conocer a Dios la vida cambia por completo, ya que Su amor es el único capaz de transformar todo para bien y para mejor. Solamente necesitamos disponer el corazón.
Este es un buen momento para esforzarnos en pensar siempre bien de los demás, de formar un corazón capaz de amar a todos y de perdonar cualquier ofensa. Como hijos de Dios somos llamados a dar amor por el prójimo, la familia, la nación y por la iglesia en general, así que pídele que de ahora en adelante te ayude a amar a los demás con acciones más que con palabras, pues el amor es vida.