El matrimonio, aunque es una etapa bella en la que se viven momentos de plena felicidad, no es fácil. Debo confesar que desde pequeña no creía en la unión matrimonial, puesto que me desarrollé observando las relaciones conyugales entre mis padres y entre mi tío con su esposa, las cuales eran totalmente disfuncionales. Con el paso de los años Dios se perfeccionó en mi debilidad y desde entonces vivo fomentando el matrimonio a dondequiera que voy.
Debemos entender que el matrimonio lo conforman dos personas diferentes con dos escuelas, costumbres y orígenes distintos, pero que tienen todo el derecho de unirse y conocerse. Las Escrituras no nos dan instrucciones sobre cómo llevar a cabo un noviazgo, pero sí nos hablan de compromiso, respeto y afecto entre dos personas en matrimonio, hombre y mujer, con un mismo propósito para Dios.
Dios trató conmigo en tres áreas que hasta ahora me han ayudado a mantener un matrimonio saludable conforme a Su voluntad. Las quiero compartir contigo:
Una persona rebelde no acepta consejo y con facilidad expresa su desacuerdo. Suele reincidir en conductas conflictivas, llegando incluso a ser agresiva. Desafía hasta a sus propios padres y desobedece las normas establecidas.
Lo que muchos no saben es que todos nacemos con esa rebeldía, pero si no aceptamos la corrección del Señor y ni siquiera la de nuestros padres, será la vida misma quien se encargue de corregirnos. ¡Acepta Su corrección sin ningún tipo de resentimiento hacia Él!
La gran diferencia entre estar casados o solteros radica en nuestro pacto con Dios. Si yo como mujer viviera una relación sin matrimonio estaría limitando la bendición de hacerlo a Él parte de nuestra vida juntos. Es por ello que estableció un pacto entre el hombre y la mujer, y esto es algo que podemos ver desde tiempos de Adán y Eva.
Siempre ha sido voluntad de Dios que todo hombre y toda mujer dejen a sus padres para iniciar en el pacto del matrimonio.
El Señor nos enseña que una persona en sujeción reconoce a una autoridad delegada y todo lo creado por Dios tiene un orden. Cuando aprendí que el esposo es la cabeza del matrimonio supe inmediatamente que, por más independiente y autosuficiente que yo fuera, y por más fuerte que fuera mi carácter, Él me estaba llamando a cumplir con un orden.
Una sujeción implica crear una unidad nueva donde cada elemento pasa a ser complemento del otro. Vale la pena aclarar que la sujeción no es dominio, sometimiento, menosprecio o subordinación. Con esto quiero decir que no por estar sujeta a su esposo una mujer deba aceptar malos tratos de parte de él en forma de abuso físico, psicológico o emocional, ni viceversa.
El Señor nos ha puesto en un lugar privilegiado a las mujeres para que podamos ser honradas por nuestro marido. Por esta razón sujétate a él sin temor y con toda libertad, pues la sujeción es una bendición y no una imposición.
Si quieres saber más de este tema, te invito a leer mi libro Mírate bonita, mírate feliz, que lancé oficialmente a finales de 2021. En él abordo de forma más profunda, entre otros temas, todo lo relacionado al amor conyugal.