“Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!”, dice un famoso poema del poeta nicaragüense Rubén Darío. Me encanta porque en él hace referencia a esa edad dorada en la que cada persona puede vivir el presente sin afanarse por el futuro. Sin duda que la juventud fue una de mis épocas favoritas. Por supuesto que cada época es linda y tiene sus peculiaridades, pero en la juventud es donde decidimos el rumbo que le daremos a nuestros siguientes años.
Para las iglesias y ministerios cristianos, las siguientes generaciones son importantísimas; es por ello que cuentan con un área especial para que niños y jóvenes desarrollen su fe y crezcan sanos. Este espacio para mí tiene un significado especial, pues fue en uno de ellos donde conocí al amor de mi vida. Cuando tenía 16 años me congregaba en la iglesia general porque no sabía que existía un grupo para personas de mi edad. El día que decidí ir sola a un grupo de jóvenes me habló por primera vez mi esposo. Con mucho ánimo me saludó, me dio la bienvenida y me preguntó que en dónde vivía. Inmediatamente le respondí: “¡Muy lejos!” Años después mi respuesta continúa siendo motivo de bromas durante sus prédicas ya que fue nuestro primer intercambio de palaras.
Asimismo, fue durante la juventud que conocí el amor de Jesucristo y me consagré a Dios. Hay quienes le sirven cuando son jóvenes y están solteros; luego, al casarse, abandonan el servicio. Es importante entender que no debemos dedicarle tiempo a Dios solo por temporadas, sino durante toda la vida. Cash y yo nos casamos para mejorar nuestro servicio a Dios, no para dejarlo. Su bendición debe ayudarnos a servirle mejor, no a abandonarlo.
Dios quiere instruirnos desde que somos jóvenes y permitírselo hace que pronto veamos Sus maravillas. En Salmos 71:17 dice que “desde mi juventud me enseñaste”, lo que significa que el aprendizaje y servicio deben iniciar cuando somos jóvenes y extenderse durante toda la vida. No quiere decir que debemos aprender y servirle solamente en la juventud, sino que a partir de esa época.
La juventud, entre muchas cosas, es un período de consagración, tal como le sucedió a Josías, rey de Israel e hijo de David, quien desde muy joven consagró su vida al Señor y le sirvió con dedicación y esmero. Si tienes hijos que en este momento están viviendo esa bella etapa de la vida, enséñales a que, al igual que Josías, consagren su vida al Señor para que puedan alcanzar bendiciones que perduren toda su vida. Y si eres jovencita, ¡no esperes más! Aprovecha tu juventud para hacerlo.
La Palabra dice que quien prueba el vino añejo jamás querrá probar el nuevo. Esto significa que la experiencia que dan los años nos agrega valor. Esto también se aplica al servicio en la obra de Dios, donde no hay fecha de retiro, ya que debemos estar listos para predicar y hacer Su voluntad hasta que haya vida en nosotros.